Después de cruzar la Raya Real, después de largas caminatas y noches cerradas, hogueras en el polvoriento camino, arena y más arena, las carretas tiradas por los bueyeros ya están en el puente del Ajolí, a dos pasos de entrar en la ermita. El día de la procesión de la Virgen del Rocío está más cerca…
Todas las hermandades con sus simpecados se afanan por retocar sus presentaciones ante el altar de la iglesia. Antes, es hora de descansar en cada una de las casas de hermandad situadas a lo largo y ancho de la aldea almonteña. Mientras llega el ansiado ‘cara a cara’ ante la ‘Señora’, es tiempo todavía de los últimos rezos y palmas.
Una a una irán pasando el centenar de simpecados por el Templo. El primero de ellos, como marca la tradición, el portado por la hermandad de Villamanrique de la Condesa, la primera en constituirse y la que dispone de este privilegio, de desfilar en primer lugar. Luego, el resto, por estricto orden fundacional. Los coros rocieros se afanan para cantar la mejor de sus salves, mientras el tamborilero hace lo propio.
Todos esperarán a que, durante la madrugada del lunes, la Blanca Paloma procesione por la aldea. Es el acto culminante de la romería del Rocío. Los almonteños saltarán la reja, para alzar a la Virgen a las alturas. Es la estampa más tradicional del Rocío.
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