La mezquita-catedral de Córdoba lleva siglos y siglos sorprendiendo a quién la visita. Representa el esplendor de la época califal y su mera contemplación llega a extasiar, así lo relatan algunos de los turistas que han tenido el privilegio de convertirse en espectadores afortunados y de los que puedo dar testimonio en primera persona.
Fue hace tiempo, pero aún lo recuerdo. Entrar en este lugar sagrado me causó una sensación de paz y sosiego. A pesar del tumulto provocado por la ristra de turistas que recorrían el recinto, me dejé cautivar por esta impresionante maraña de columnas y arcos de herradura que pueblan una planta de casi 24.000 metros cuadrados y en donde sobresale el Mihrab con incrustaciones del Corán en oro e infinitos mosaicos.
Abd- al Rahman, de la familia de los Omeya fue el primero en construir la mezquita, alrededor del año 785, como símbolo del poder del califato de Córdoba y de Al-Andalus. Luego, sería ampliada por otros tres califas, aprovechando la antigua iglesia hispano-visigoda dedicada a San Vicente.
Como si de una experiencia mística se tratase, pasearse por este lugar es adentrarse en el conocimiento de las civilizaciones antiguas. La musulmana dejó un rico patrimonio arquitectónico que se ha conservado hasta nuestros días. La riqueza de los artesonados del techo, los arcos langreados y lobulados, y los basamentos de color de los ornamentos, logran el efecto deseado.
En el siglo XVI, la Mezquita se volvió cristiana, construyendosé en su interior la actual Catedral donde destaca su Retablo Mayor, el coro y la Custodia de Arfe. Ahora, de martes a sábado, dispone de visitas guiadas a la Mezquita-Catedral, al Alcázar y a la famosa judería cordobesa, con la particularidad de que los niños menores de ocho años, pueden visitarlos gratis.