Acabábamos de llegar a Venecia, una ciudad única surcada por innumerables canales por los que transitan todo tipo de embarcaciones, entre ellas, las célebres góndolas con sus remeros de camisetas rayadas. El sol de la tarde empapaba la ciudad tiñendo de oro calles y canales. La belleza de ese primer contacto visual me provocó un suspiro de plena satisfacción.
Como viene siendo costumbre en mis viajes, la única planificación era un billete de ida y vuelta en avión y una colección de monumentos, museos y bellos parajes por descubrir pero no había anotado en mi libreta ningún alojamiento. Esperaba que como en muchas otras ciudades nada más bajar del tren una horda de ansiosos comerciales nos asaltara ofreciéndonos cama a buen precio. Nuestro único asaltante fue un grueso moscardón empeñado en darse cabezazos contra mi frente.
Si Mahoma no va a la montaña…En el horizonte, una “i” rodeaba por un círculo sobre una caseta nos invitaba a recibir información sobre alojamientos en la ciudad. Fuimos para allí pero descubrimos con desagrado que la tierra en Venecia se paga más cara que en la película Waterworld de Kevin Costner. Dormir un par de días en Hotel agotaba la mitad del presupuesto del viaje.
Perderse por Venecia es algo maravilloso porque la singularidad del entramado de calles es algo único en el mundo. Además, perderse en esta ciudad es lo más sencillo del mundo, el plano urbanístico veneciano parece diseñado por el Rey cretense Minos. Tal es el laberinto de calles y canales que muchas veces dan ganas de tirarse al agua para ir nadando de un lado a otro.
Después de andar durante una hora media comprobamos sobre un plano que en realidad habíamos avanzado unos cincuenta metros en línea recta desde el lugar del que partimos. Eso abate a cualquiera. Nos habíamos sentado al borde de una canal para pensar nuestra siguiente jugada cuando llegó hasta mis oídos el sonido de un objeto hundiéndose en el agua. Sí, era mi guía de Venecia que buscaba el fondo del canal. Ahora ya no teníamos dirección a la que ir.
Cuando la situación se atraganta lo mejor es hacerla pasar con un trago de cerveza. Mientras continuábamos caminando por la ciudad de los canales escuchamos los acordes metálicos de una guitarra eléctrica: donde suena rock siempre hay cerveza. Nos metimos en aquel bar en el que un grupo de jóvenes bebía pintas de rubia espumosa. Dicen que “donde fueres haz lo que vieres” así que pedimos al camarero un par de cervezas.
Uno de los parroquianos del bar reparó en mi camiseta en la que aparecía el logo de un famoso grupo de rock. Señalándola se dirigió a mí argumentando que conocía aquel grupo. Unos minutos más tarde nos encontrábamos compartiendo trago con este grupo de simpáticos metaleros venecianos. Lo gracioso de la conversación era la mezcla de italo-hispano-inglés con la que nos hacíamos entender.
Envalentonados por la cerveza decidimos que nos iríamos a dormir a la playa de Venecia cuando se disolviera la compañía. Y ese momento poco después de la media noche. Salimos todos del bar en dirección al gran canal donde tomaríamos un vaporetto hacia la playa. Por algún extraño suceso la mitad de la comitiva se perdió y nos quedamos con Favio y Anna que nos acompañaron hasta la parada del transporte.
Una vez allí, antes de tomar el vaporetto Favio nos dijo que si queríamos podíamos dormir en su casa. En ese preciso instante una coral de ángeles interpretó el aleluya de Haendel. No podíamos rechazar esa oferta, era dormir en la arena de la playa o bajo techo. Nos fuimos con ellos deshaciéndonos en agradecimientos (molte grazie per averci offerto alloggio)
Una vez en su casa Anna y Favio nos invitaron a cenar plato típico de Murano, la isla veneciana de donde era Anna. ¿Qué más se puede pedir? Sin saberlo, aquella pareja se habían convertido en nuestros ángeles de la guarda porque en la madrugada estalló una tormenta apocalíptica y no dejó de llover en toda la noche. Gracias a ellos nuestros huesos no se calaron y nuestros estómagos durmieron satisfechos, eso es amabilidad y también entrar con buen pie en Venecia. ¡Viva el Metal!
David Nogales