Aslan, el león kurdo de Estambul

18 octubre, 2010

El pueblo Kurdo pertenece al selecto grupo de los sin tierra, una etnia pueblo que ha sido privada de un espacio propio en el que poder desarrollarse como nación. Diseminados por el sur de Turquía y el norte de Irak y Siria, este pueblo desheredado carga a sus espaldas con siglos de humillación, persecución y muerte. Condenados a una situación crónica de desamparo, se buscan la vida como pueden en países que les consideran molestos parásitos. Ciudadanos de segunda que sueñan con una vida mejor.

Me encontraba en el barrio de Üsküdar, concentrado mi mirada en los caprichosos destellos que el sol dibuja sobre las ondulantes aguas del Bósforo después de haber fracasado en un vano intento de recorrer en barco el estrecho que divide Estambul. Mientras esperábamos la llegada del barco que nos devolvería al Cuerno de Oro, se acercó a nosotros un hombre mediado de piel oscura que portaba un pequeño cajón de color rojo, un limpiabotas kurdo.

Me acordé de Aslan, un joven limpiabotas kurdo que conocí en mi primera visita a Estambul.  En aquella ocasión, nos encontrábamos descansando en la plaza en la que se iza la torre de Gálata. Había un nutrido grupo de chavales jugando al fútbol y nos unimos a ellos. En un momento del juego se acercó un muchacho solicitando permiso para jugar. No le dejaron, aquel niño era kurdo, ciudadano de segunda que no debe mezclarse con la sangre turca.

Aquella escena nos partió el corazón y entablamos conversación Con el joven kurdo. Llevaba en la mano un cajón con el que se ganaba la vida limpiando el calzado de los transeúntes. Nos llamó la atención el perfecto manejo del inglés de aquel pequeño que ha pesar de su corta edad demostró una sensata madurez que ya quisieran muchos adultos.

Nos dijo que se llamaba Aslan que significa león y que era de origen kurdo. Después nos contó  la historia de su pueblo, una historia que los padres narran hijos para que nunca se olvide el origen de su etnia. Aslan se sentía orgulloso de ser kurdo a pesar de que era considerado un enemigo en el país en el que vivía. Sus palabras fueron haciéndose un hueco en nuestro corazón y compartimos el resto de la tarde con aquel pequeño. Emocionado por haber encontrado una interesante tarea que desempeñar, Aslan nos llevó a conocer los rincones del barrio de Gálata.

Mientras caminábamos, el pequeño kurdo nos tomaba de la mano regalándonos una sincera sonrisa cada vez que nos miraba a los ojos. Llegó el momento de llenar nuestros estómagos, y nada mejor para eso que devorar un kebab de pescado a la orilla del Bósforo. Nos sentamos en una mesa de un restaurante en forma de barco que flotaba sobre el estrecho. Aslan no nos acompañó, voluntariamente se sentó en un bordillo cabizbajo. No nos costó demasiado convencerle a para que se uniera al banquete. Aquel día fue especial para Aslan.

Con los estómagos llenos dimos una última vuelta por el Cuerno de Oro. En un momento dado las luces de un coche de policía nos cegaron momentáneamente. Del vehículo se bajaron dos agentes que se dirigían implacables hacia nuestro pequeño guía. Aslan salió corriendo. Nosotros nos enfurecimos. Llamamos al pequeño y exigimos explicaciones a la policía por su comportamiento. Agazapado detrás de nosotros Aslan contempló la misma escena que seguramente había vivido en más de una ocasión.

La policía consideraba a Aslan un peligroso ladrón de carteras, para nosotros era un niño con menos oportunidades que el resto. Después de dirigir toda nuestra ira contra los agentes, decidieron marcharse no sin antes advertirnos de que tuviésemos cuidado con el pequeño kurdo. Aquello fue el fin de la noche. Aslan miro su reloj y nos dijo que debía irse a casa.

Regresamos al hotel. En unos días regresaríamos a nuestras cómodas casas occidentales mientras que Aslan tendría que pelear días tras días por sobrevivir. Somos muy afortunados pero nos empeñamos en no valorar lo que tenemos. Muchas veces me acuerdo de Aslan, el león de Estambul. Le deseo la mejor de las vidas, o al menos una vida que pueda ser vivida con dignidad.

David Nogales