¿A qué saben las ciudades?

6 septiembre, 2010

Cada pequeño rincón de planeta se caracteriza no solo por los edificios y los monumentos que se diseminan por su superficie, existen otras particularidades que no se palpan pero que resultan tan propias como sus propios habitantes, es el olor de las ciudades. Recuerdo que esta característica fue lo que más llamó mi atención la primera vez que viaje y se ha convertido en un ritual cada vez que aterrizo en un nuevo lugar: respirar hondo.

París sabe a azúcar. Aterrizamos cuando la luz aun no había estrenado la mañana. Era marzo pero el frío invernal se resistía a dejar paso a la calidez primaveral. Tardamos ceca de una hora en llegar al centro de la ciudad pero mereció la pena. Cuando mis pies entraron en contacto con París respiré profundo y percibí un delicioso aroma a azúcar.  Miré en derredor pera localizarla fuente de tan agradable fragancia pero el hedor flotaba en el ambiente.

Unas horas más tarde mientras caminaba por el bohemio barrio de Montmartre descubrí de dónde procedía esa fragancia que me hacía salivar. Al lado de una típico café francés se encontraba un modesto puesto de crepes. Sobre una plancha circular una mujer cocinaba la masa de esta delicia azucarada. Pensé ¿y si le doy un bocado a la ciudad sabrá del mismo modo que huele? Efectivamente: la ciudad me supo tal y como me olía: a delicioso crepe de chocolate con nata.

Roma sabe a queso fundido. Mi primer viaje al extranjero fue Italia. Nada más bajarme del avión comencé a sudar como nunca lo había hecho y eso que hipotéticamente estoy acostumbrado al clima Mediterráneo, también es cierto que era verano y que el sol irrumpía con fuerza en la ciudad.

Durante el primer paseo por la capital italiana percibí un evocador olor a pizza caliente que conquistó mi sentido del gusto. Pensé ¿y si le doy un bocado a la ciudad sabrá del mismo modo que huele? Efectivamente, la ciudad me supo tal y como me olía: a deliciosa pizza de carne cocinada en horno tradicional.

Edimburgo sabe a fritura. Es probable que viajara a Edimburgo en el peor momento del año: el  frío invierno de enero.  Nada más aterrizar mi cuerpo sufrió la invasión de una gélida humedad que amenazaba con morder mis huesos. Era muy temprano y el vapor de agua escapaba de las bocas de las alcantarillas otorgando un aspecto siniestro a la ciudad. Respiré profundo pero no percibí olor alguno. Mi cuerpo se había traído a escocia  una traicionera gripe que me congestionó.

Sin embargo al tercer día, los huéspedes responsables de mi malestar no resistieron el frío escocés y abandonaron mis fosas nasales permitiéndome respirar. Entonces percibí un olor familiar a fritura, similar al que sobrevuela las ferias madrileñas. Entonces pensé: Pensé ¿y si le doy un bocado a la ciudad sabrá del mismo modo que huele? Entré en el restaurante Standing Order y pude comprobar que así era: Edimburgo me supo tal y como olía: pescado frito con patatas conocido como fish and chips.

Estambul sabe a especias. Qué decir de Estambul donde el sol colorea la ciudad convirtiéndola en oro.  Durante el primer paseo por la capital Turca es imposible no percibir su exclusivo aroma a carne especiada y a fritura. Es sin duda una de las características más notables de la ciudad. En cada esquina un restaurante de kebabs contribuye a aromatizar el ambiente con sus deliciosos bocadillos de cordero y pollo.

Como todo buen turista que visita Estambul acudí a unos de los lugares más emblemáticos de la ciudad, el bazar de las especias. Una sugerente confluencia de olores a menta, canela, pimienta negra y té se condensaba en el aire. Pensé, ¿y si le doy un bocado a la ciudad sabrá del mismo modo que huele?

Pues no, en esta ocasión lo único que experimenté fue un estruendoso estornudo cuando el dueño de uno de los puestos de especias acercó a mi nariz un cacito con una mezcla de hierbas. Tuve que esperar una hora para recuperar de nuevo mi olfato y resarcirme degustando un delicioso kebab de cordero.

Ahora la pregunta es ¿a qué sabe España?

David Nogales