Retazos de África

6 agosto, 2010

Dicen que aquel viajero que se duerme a la sombra de un Baobab se queda prendado del continente africano y  no le queda más remedio que pasar el resto de su vida allí. Eso dicen, pero lo cierto es que cientos de africanos huyen desesperadamente de la tierra que les vio nacer con la esperanza de encontrar la tierra prometida que les brinde un futuro mejor. Esos africanos se convierten en retazos de África, viajeros forzosos que no dudan en narrar cómo es la vida en esa tierra enigmática a aquellos oídos que se presten a escuchar.

La historia que voy a narrar a continuación no me la contaron a mí sino a mi padre que por su profesión presta a menudo sus oídos a conversaciones ajenas. Se encontraba en una parada de taxis de un céntrico barrio madrileño cuando se le acercó un hombre de mediana edad que vestía el típico traje africano. Se subió al taxi y sacó de su bolsillo un papel arrugado con un nombre escrito a lápiz que  no hacía referencia a ningún hotel ni a ningún lugar concreto. Era el nombre y los apellidos de una persona.

El africano trató de dar explicaciones en francés pero mi padre no entendía demasiado bien lo que le quería decir. En un momento dado mi padre logró entender la palabra change al tiempo que el africano sacaba de su zurrón un grueso fajo de billetes de su país. Ya tenía un destino al que ir. Encendió el taxímetro y condujo a aquel hombre hasta el banco de España.

Una vez allí, mi padre acompañó al africano hasta una de las ventanillas desempeñando el papel de intérprete. El emigrante cambió una pequeña cantidad de dinero. De vuelta al taxi, la expresión del viajero se tornó en frustración. Con la mirada abatida se dejó caer sobre el asiento como si su existencia ya no tuviese sentido. Con tono melancólico le dijo a mi padre el próximo destino: el aeropuerto de Barajas.

Una vez allí mi padre volvió a acompañar al africano hasta una de las ventanillas de información del aeropuerto.  Preguntó a la chica que atendía si había alguien que hablara francés. Por suerte aquella chica lo hablaba y se dirigió al africano. El hombre, cabizbajo, sacó de nuevo el papel arrugado con el nombre escrito a lápiz y relató a la trabajadora del aeropuerto su historia, una aventura con amargo final.

Sacó del zurrón unas viejas fotografías en las que aparecía él y su familia frente a una humilde choza de barro. Posaba empuñando una delgada vara de madera, y vestía un trozo de tela marrón que apenas cubría su desnudez. Detrás de él se veían algunas famélicas vacas  pastando.

El africano se dirigió a mi padre y le ofreció el fajo de billetes. Habían pasado dos horas desde que se subió al taxi. Negando con la cabeza, mi padre no quiso coger el dinero. Sintió una profunda lastima por aquel viajero forzoso después de escuchar la traducción de la chica de la ventanilla de información.

Según contó, aquel hombre vivía en una pequeña aldea del sur de Mozambique. Como muchos africanos vivía de su ganado, la fuente de riqueza de África. Un día apareció por el poblado un hombre blanco que vivía en Europa, la tierra prometida. Allí conoció a nuestro viajero forzoso y le prometió trabajo en España. Para un africano trabajar en Europa debe ser similar al premio de la lotería, el fin de las penurias y el comienzo de una nueva y próspera vida.

Nuestro africano vendió su ganado e inició un peligroso viaje desde su aldea hasta el norte de África. No hay servicios regulares de transporte en el extenso continente africano así que es presumible que la mayor parte del trayecto lo hiciese a pie. Llegó a Marruecos y allí tomó un vuelo que le dejaría en Madrid. Había conseguido llegar hasta la tierra prometida pero no sabía nada sobre su nuevo destino. Pensó que bastaría con anotar el nombre de aquel hombre blanco y preguntar a cualquier persona por su paradero. Demasiado inocente.

Fotografía: Gbaku

No tardó demasiado tiempo en comprender que su misión era imposible y que en las grandes ciudades europeas nada es como en su aldea africana. Nadie conoce a nadie. Frustrado y abatido, decidió romper con el sueño de una vida mejor en Europa y regresar a su tierra sin dinero, sin trabajo y con un futuro incierto. El viaje de aquel africano había concluido y su final no fue feliz.

David Nogales