Entre la calma del cielo y la del mar quedó varada la isla más llana de todo el archipiélago canario. La proximidad al continente africano y su escasa altitud convirtieron su faz en un paisaje árido, casi semidesértico.
Tiene la isla casi 326 kilómetros de costa, de los cuales 77 son de playa. La mayoría son largas, de arena blanca y fina o de arena oscura. Pero no es solo sol y playa.
En esta isla, declarada en su totalidad Reserva de la Biosfera, del que también se puede disfrutar de otros paisajes sorprendentes, como las extensas planicies producto de años de erosión que contrastan con volcanes y mantos de lava, o los impresionantes campos de dunas.
El viento esculpe y modela a cada instante el singular paisaje de Corralejo. Son 2.700 hectáreas de dunas fijas y móviles configurando un escenario fascinante. Avanzan y se extienden en paralelo a la costa y esconden una flora y una fauna inevitablemente endémica.
En la esquina noroeste de la isla se esconde un pequeño puerto, custodiado por la fortaleza de El Tostón. En él emerge una gran roca de origen volcánico, conocida como el Roque de los Pescadores. El viejo puerto, con sus pequeños bares y restaurantes de excelentes pescados, es lo más pintoresco del Cotillo.
Los blancos caseríos de Antigua y algunos molinos de gofio, también blancos, rompen la monocroma uniformidad de las extensas llanuras. Su pintoresca iglesia, entre árboles y arbustos, domina la ciudad. En la Caleta de Fuste se erige un castillo, paradigmático ejemplo de arquitectura militar.
En los alrededores, las salinas del Carmen, del siglo XVIII, aún siguen a pleno funcionamiento.
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