Al amanecer hay grupos de personas practicando tai chi, y en los templos se celebran los ritos centenarios de quemar barritas de incienso, dar limosna a los monjes, hacer sonar el gong o soltar pájaros a cambio de unas monedas.Los monumentos de Hué que según la Unesco son patrimonio mundial incluyen la Ciudadela y las tumbas de los emperadores que están desperdigadas por las colinas de los alrededores, al otro lado del río.
En medio de un paisaje sin tiempo, en los lugares más hermosos, los emperadores hicieron construir grandes complejos donde ser honrados en vida y tras su muerte, conjuntos tan espléndidos que eran utilizados por ellos mismos como una especie de casa de campo donde retirarse algunas temporadas fuera del palacio.
La tumba de Tu Duc era también su pabellón de verano. La de Khai Dinh, con su mezcla de lámparas chinas y candelabros franceses, parece representar la decadencia de la cultura clásica vietnamita. La de Minh Mang es quizá la más serena y la que mejor cumple el propósito de buscar la armonía con los alrededores.
De regreso a la ciudad, a bordo de una lancha, se pasa junto a una pagoda de siete pisos. Cae la noche al llegar a Hué. En los viejos tiempos, cuando había luna llena, las cortesanas se dejaban llevar a la deriva en sus barcazas por el río de los Perfumes, y sus voces y sus cantos se oirían entre los murmullos de la noche tropical. Eran otros tiempos, pero la vuelta a Hué es como regresar a una de las esencias de Vietnam.
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