Cracovia, la capital cultural de Polonia

21 abril, 2010

cracovia

Cracovia me pareció sencillamente deliciosa. Sus calles son como los ojos cansados y profundos de un anciano, cargados de historia tras muchos años de intensa vida. El centro bullicioso de la ciudad, plagado de músicos que exhiben orgullosos las melodías que se han transmitido de generación en generación, es un crisol donde se funden las viejas tradiciones con las nuevas costumbres importadas desde remotos países. Eso es Cracovia, lo viejo y lo nuevo, leyenda y presente.

Llegamos a la ciudad hacia las cinco de la mañana pero nos estaban esperando. En la estación de tren siempre hay alguien dispuesto a ofrecer sus servicios como guía o como relaciones publicas de algún alojamiento. De entre las diversas ofertas que nos propusieron, nos quedamos con una que incluía un amplio dormitorio compartido con baño en el exterior y una cocina comunal en la que podríamos preparar nuestros guisos veraniegos. Cuando llegamos al supuesto alojamiento, descubrimos con sorpresa que se trataba de una residencia de estudiantes.

En verano los estudiantes se dedican a ir a la piscina, a la playa o a saborear el mundo con una mochila colgada del hombro. Las residencias se quedan vacías y los propietarios las emplean para alojar a los viajeros jóvenes que se desplazan hasta la ciudad. Una sabia elección por parte de la regencia de la residencia. Por suerte, los que iban a compartir habitación con nosotros nunca se presentaron y pudimos disfrutar de la habitación en exclusiva.

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Los primero que hicimos fue bajar a la calle a tomar un café para sacudirnos de encima el sueño que arrastrábamos. Encontramos un pequeño bar en las proximidades de la residencia y entramos. Mientras nosotros disfrutábamos del aroma de un café caliente, el resto de los parroquianos estaban desayunando a lo grande: una pinta de cerveza tirada en un estilizado vaso y medio pollo asado. Eso explica por qué los polacos son tan trabajadores: hacen acopio de energía desde que los primeros rayos estrenan un nuevo día

Con impaciencia por descubrir los secretos de la vieja ciudad de Cracovia, nos escapamos al centro histórico de la ciudad, un lugar que rezuma un hedor cargado de desavenencias, invasiones y luchas. Su historia se ha escrito con sangre. Las lindes de este núcleo urbano están selladas con los restos de una vieja muralla que en otro tiempo fue construida para evitar los estoques certeros de las invasiones enemigas.

Caminando por el corazón de Cracovia sorprenden sus edificaciones, una muestra de esa riqueza cultural que se puede encontrar en la ciudad, retazos Góticos en una vieja iglesia, pinceladas renacentistas en un viejo edificio gubernamental, motivos barrocos en los ornamentos de una casa, y música, mucha música.

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Por los laterales de la plaza Rynek Glowny se diseminaban media docena de músicos folclóricos ataviados con los trajes regionales. Su misión era importantísima: dulcificar la visita de los turistas poniendo banda sonora a Cracovia. La percepción agradece que se estimulen los sentidos, y por ello, cuando empleamos la vista para deleitarnos, la mejor guarnición posible es la música que despierta nuestros oídos.

Dicen que esta ciudad polaca fue muy importante en el pasado cuando era la capital del país y que comenzó a perder relevancia en el momento que esa función se trasladó a Varsovia. Yo no lo comparto. Cracovia es una ciudad que quizás no genere importantísimos volúmenes de capital, puede incluso que sus empresas e industrias no sean demasiado competitivas, no lo sé, ni me importa.

Cracovia es el baúl donde se ha guardado el tesoro más importante que puede tener un país, un tesoro que define a toda una sociedad y que resulta imprescindible para sus ciudadanos. Un tesoro por los que muchos estarían dispuestos a morir y que ha todos arranca una mueca de orgullo, un tesoro que se llama cultura.

David Nogales