Penang es un pequeño microcosmos, una diminuta Asia donde perviven costumbres que ya han desaparecido en muchos otros lugares del continente. En las calles de Georgetown se mezclan todas las razas, todas las lenguas y todas las religiones. Todo ello da como resultado una sociedad de múltiples facetas, inabarcable en sus ritos y costumbres, que se convierte en un fabuloso espectáculo humano.
En una época en que los barrios chinos tradicionales de Singapur y Hong Kong caen poco a poco a golpe de piqueta, Georgetown aparece como un pequeño reducto que se resiste a morir, y en 2008 la Unesco lo inscribió en la lista del Patrimonio Mundial.
Perviven los viejos modos, las indumentarias tradicionales, los comercios y las farmacias donde se destilan todavía las antiguas fórmulas magistrales a base de raíces, polvos resecos y partes de animales. La arquitectura peranakan subsiste casi intacta en calles por las que parece no haber pasado el último siglo.
Es el único Estado malaisio dominado por los chinos, lo que le da un carácter abierto y ciertamente tolerante. Dónde, sino, puede encontrarse una calle como Jalan Masjid Kapitan Keling, uno de los pocos lugares del mundo donde se alinean una mezquita, un templo hindú, un templo chino y una iglesia cristiana.
El wat Chayamangkalaram, un templo famoso por su inmensa imagen reclinada de Buda de 33 metros de longitud, está un poco más apartado.
La gran joya arquitectónica de la isla, Khoo Kongsi permanece escondido entre algunos de los más estrechos callejones de la ciudad. Esta casa ceremonial del clan de los descendientes de Khoo es un extraordinario surtidor de esculturas, letreros y altorrelieves que representan dragones, espíritus guardianes, tabletas conmemorativas y altares a las deidades tutelares.
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