El viaje a las islas de Malta vale la pena, porque nos lleva a un Mediterráneo que casi ha desaparecido. Todo Gozo está salpicado de colinas sobre las que hay pueblos rodeados de murallas y erizados de torres de iglesias. Las bandas de música toman las calles de Victoria o Xewkija a la menor ocasión, y parece que el tiempo pasa muy lentamente.
Hay historias sobre las iglesias de Gozo que reflejan algo del carácter maltés. La catedral de Victoria no se pudo terminar por falta de fondos, así que el pintor italiano Antonio Manuele decoró el interior en un magnífico trompe l’oeil que simula una espléndida bóveda.
Xewkija, con sólo 3.000 habitantes, inició en 1952 la construcción de una reproducción de la veneciana Santa María della Sallute, sólo que más grande, con la tercera cúpula de Europa, superada únicamente por las de San Pedro en Roma y Hagia Sophia en Estambul.
Si este pequeño país isleño abunda en espectaculares conjuntos de arte e historia (como La Valeta), hay un aliento mágico especial en los restos megalíticos. Son las estructuras construidas más antiguas del mundo, algunas levantadas hacia el 3600 a.C., unos 800 años antes que las pirámides de Egipto. En Malta hubo un evidente culto prehistórico a la fecundidad y a la Madre Tierra, pero convive con la esencia de Ggantija, que parece ser un centro de sacrificios.
Su base gastronómica son las frutas y verduras de temporada y la captura del día en las aguas del Mediterráneo. Hay detalles propios, como la proliferación de los pasteles: de anchoas, de espinacas con coliflor y pasas, de huevo con queso de cabra. Otras especialidades: pulpos y calamares rellenos, kapunata (sopa con berenjenas) y conejo guisado con vino y especias.
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