La búsqueda de los mitos europeos en la Polinesia lleva a los viajeros a Hiva Oa tras la pista de Paul Gauguin. Un artista francés que quiso abandonar europa y refugiarse del mundo.Una de las primeras cosas que se puede hacer en esta isla hermosa y deslumbrante es caminar hacia el cementerio.
Es un corto paseo hasta las afueras de Atuona que no tiene nada de morboso. Es un homenaje a la vida, a la búsqueda del rincón que cada uno tiene en el mundo, a las elecciones que significan renuncia pero que implican el deseo de encontrarse en el lugar en que uno debe estar. En el cementerio de Cavalry está las tumba de Gauguin.
Atuona tiene poco más de 1.000 habitantes desperdigados en casas blancas en una ladera que se hunde en una bahía que no sirve de puerto. Hay flamboyanes, hibiscos, guayabos, mangos, aguacateros, gardenias, buganvillas. La tierra convertida en un jardín.
Gauguin llegó a las Marquesas a bordo del Croix du Sud el 16 de septiembre de 1901, y cumplía así un viejo deseo, llegar al lugar “de Oceanía menos asediado por la civilización europea”. En Atuona compró un terreno y construyó su Maison du jouir, la “Casa del Placer“.
Junto a la entrada del piso superior, donde instaló su taller, colocó dos placas talladas de madera con dos inscripciones: “Soyez amoureuses et vous serez heureuses” y “Soyez mistérieuses”. Consiguió una vahine, una muchacha, para vivir con ella. Volvió a pintar y a romper todas las reglas de convivencia. Había conseguido su sueño: “Soy y seré un salvaje”.
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