Una de las ciudad-estado de la antigua Grecia más importantes del siglo VII a.C., fue Esparta, donde se disfrutaba de un sistema político demócrata, el pueblo tomaba las decisiones bajo el consenso del consejo de ancianos y reyes.
Aunque todos los ciudadanos eran iguales ante la ley, no todos los habitantes eran ciudadanos, se trataba de los periecos, hombres libres peros sin derechos, o los ilotas, esclavos que trabajaban para ellos. Los espartanos consideraban a sí mismos descendientes de Hércules.
Las bellas mujeres espartanas, tenían igualdad con los hombres, aunque se dejaban raptar por los hombres que ellas habían elegido.
Con el fin de conseguir buenos soldados, a los recién nacidos se les examinaba y si tenían alguna malformación se les despeñaba desde el monte Taigeto.
A partir de los siete años el Estado se hacía cargo de los varones, haciendo hincapié en liberarlos de los miedos infantiles, la oscuridad, la soledad y las supersticiones. Les hacían pasar hambre y frío, correr descalzos por lugares pedregosos y dormir sobre cañas que ellos mismos cortaban con las manos.
Se les exigía obediencia ciega e incluso les estaba permitido robar comida, pero si los descubrían eran castigados, que iban desde morderles el pulgar hasta darles latigazos, no por haber robado, sino por haber sido sorprendidos.
Esparta tuvo su decadencia al mismo tiempo que los griegos. De la antigua ciudad quedaron solo las ruinas, que te decepcionan si las comparas con los restos de otras ciudades. El monumento que llama la atención de los visitantes es la tumba de Leónidas y el antiguo teatro.
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