Durante mucho tiempo, para los viajeros que se adentraban en Portugal las tierras del Alentejo era el tramo que había que recorrer entre la frontera y Lisboa. Quedaba así, ajena a la curiosidad de casi todos, una buena porción de Portugal. Y eso que esta región esconde buena parte de la historia portuguesa.
Si sólo se pudiera visitar una ciudad del Alentejo, ésta debería ser Évora. Se la ve de lejos, subida sobre una pequeña colina, bien ceñida por una muralla. En sus calles blancas y estrechas es posible caminar unos centenares de metros y recorrer un par de milenios.
Allí está, el templo romano de Diana. No tiene mal aspecto si se piensa que tiene diecinueve siglos. Para llegar allí se habrá pasado por algunas callejuelas de indudable sabor moruno. Y al lado se alza, bien restaurado, el convento dos Lóios, que muestra el paso del medievo cristiano, igual que la catedral, más antigua ya que se empezó a construir apenas veinte años después de la expulsión de los árabes.
Nos encontramos con la iglesia de São Francisco, en una de cuyas capillas, la Capela dos Ossos (de los Huesos), hay un sobrecogedor recuerdo de la fugacidad de la vida humana.Caminar sin rumbo por esas calles antiguas, pasar delante de iglesias medievales y recios solares -los palacios familiares- de mármol, acercarse a la praça do Giraldo y observar el ambiente estudiantil que vuelve a tomar la ciudad con la nueva Universidad.
Más información| Évora