Playas no es lo que falta en Savai’i, y todas cumplen con el prototipo del paraíso de los Mares del Sur, con su arena blanquísima y sus palmeras inclinadas hacia el océano más turquesa que se pueda imaginar.Pero en este país de costumbres ancestrales, las playas están sometidas a curiosas prácticas. Es normal que el visitante tenga que pagar para darse un baño, siguiendo una norma antigua, que afecta también a los samoanos.
Es posible encontrarse con la aparente contradicción de que quién le pida las monedas le invite a compartir una comida con la familia como si fuera un invitado esperado desde hace mucho tiempo.
Una estancia en Samoa es un recorrido permanente por ritos, costumbres y normas estrictas de etiqueta, sobre las que convendría que el viajero estuviera mínimamente avisado. No se considera correcto, por ejemplo, comer mientras se camina por una aldea. O hablar de pie en una casa. De cualquier modo, los samoanos son lo suficientemente indulgentes con los extranjeros que cometen deslices involuntariamente.
En cuanto a gastronomía, el plato más tradicional es palusami (crema de coco envuelta en hojas de taro -un tubérculo- y fruto del pan), cocinado sobre piedras calientes y servido con taro cocido y pescado. También son habituales el cerdo asado, el oka (pescado crudo) y el suafai (bananas maduras con crema de coco). Para beber, aparte de la cerveza, cacao natural.
Sumergirse en la fa’a samoa es parte de la verdadera experiencia de recorrer este país.
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