Si llegar a Apia, la capital de Samoa, puede parecer un viaje en el tiempo, la ruta a la isla de Savai’i conduce a los orígenes más remotos.
Es la isla más grande entre Hawaii y Nueva Zelanda. Las montañas, conos volcánicos cubiertos de denso bosque tropical, alcanzan alturas de casi 2.000 metros.
Parece que a Savai’i no han llegado muchas costumbres modernas, y sigue imperando el fa’a samoa, la “costumbre samoana”. Por ejemplo, la mayoría de las casas siguen el modelo del fale tradicional samoano, que no tienen paredes y el techo se apoya directamente sobre unos postes de madera. Son la primera sorpresa que deparan los caminos de Savai’i.
Al recorrerlos, saltan continuamente a la vista escenas de la vida de otro tiempo: hombres discutiendo los asuntos de la comunidad sentados en el suelo de un fale, jóvenes que vuelven del campo cargados con cocos, muchachas que pasean cubiertas por una sombrilla, ancianos vestidos únicamente con un lava lava enrollado a la cintura que permite vislumbrar los antiguos tatuajes que le llegan hasta la cintura.
Los domingos, todos se visten de blanco inmaculado para acudir a la iglesia, y el resto del día se dedica al descanso en compañía de la familia.
En la isla están algunos de los lugares más fascinantes de todo el Pacífico. Como la pirámide de Pulemelei, el monumento megalítico más grande de toda la Polinesia o la cascada de Afu Aau cae por lo que parece la boca de un cráter.
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