Recorrer el istmo que une Nesebar a la costa es algo más que recorrer unos centenares de metros. En los meses de verano todo parece un fluir de turistas que acuden a la cita con el pueblo pintoresco, pero detrás de esta primera imagen se esconde el que, con toda probabilidad, es el mejor conjunto de arquitectura de madera de toda la costa del mar Negro.
Y, desperdigadas entre las casonas de los ricos mercaderes de antaño, aparecen los restos de una colección única de iglesias medievales.
De la decena larga de templos que se conservan en esta pequeña península (apenas llega a los 800 metros de longitud) el más espectacular es el de San Esteban. Por fuera es un discreto edificio, pero el interior está completamente cubierto de murales: una fabulosa colección de frescos del siglo XVI. Hay imágenes a las que les faltan los ojos, que fueron arrancados para convertirse en amuletos poderosos ante viajes inciertos.
Pero, además de las iglesias medievales, lo que hace que la Unesco considere a Nesebar como patrimonio mundial es el conjunto de edificios de madera que, prácticamente, abarca toda la isla. La mayoría data del siglo XIX, aunque algunas son anteriores, y todas forman un excelente muestrario de la arquitectura del periodo del Resurgimiento Nacional, que supuso el despertar de la cultura búlgara tras siglos de presencia otomana.
Son casas de mercaderes o terratenientes, que constituyen el recuerdo de la última etapa del desarrollo de Nesebar. Una ciudad que se conserva, desde hace milenios, como el ejemplo vivo del encuentro entre civilizaciones diferentes.