Luis II de Baviera fue tan extravagante como las fortalezas que mandó levantar. Sus castillos nos acercan a la biografía de aquel llamado “rey Loco”,esquizofrénico y atormentado por su homosexualidad, que adoró a Wagner hasta la obsesión y que murió ahogado en un lago.
El castillo de Neuschwanstein, es una reinvención puramente kitsch de las fortalezas feudales de la Edad Media, llenas de almenas, frontones y puentes levadizos en donde es imposible no pensar en hadas y princesas.
Los torreones puntiagudos y fachadas de estilo neorrománico y neogótico no son más que una divertida excentricidad en medio de un paisaje mucho más contundente. Los dramas de Tannhäuser, Lohengrin y Tristán e Isolda resumen el mundo sinuoso, espeso y dramático envuelto en espejos, terciopelo, dorados, y demás decoración suntuosa de su interior.
A menos de 50 kilómetros se halla el palacio Linderhof, una fantasía rococó que trató de emular el esplendor de los Borbones. Incluso hay una estatua ecuestre del rey francés en el vestíbulo. De nuevo, la incontinente decoración incluye mesas de lapislázuri, alfombras de plumas de avestruz o candelabros de marfil.Fuera, los jardines se levantan con el mismo espíritu majestuoso, donde instaló su “Gruta de Venus“, una insólita caverna de hierro forrada de estalactitas, estalagmitas y cascadas artificiales.
Situado en una isla del evocador lago de Chiemsee, el palacio de Herrenchiemsee representa su ambición por materializar el ideal del absolutismo. Todo es desmedido, vistoso y derrochador. Costó más que los anteriores juntos, y no fue terminado. Destaca la Gran Galería de los Espejos y la gigantesca cama del Dormitorio Real, de 3 metros por 2,60.
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