Mucha Alemania, pero España ganó la Eurocopa

19 octubre, 2009

bacharach

Bacharach, Alemania. Me había colado en un encuentro internacional de jugadores de cartas Magic para conocer un encantador pueblecito alemán llamado Bacharach ubicado en el valle del Rin a 65 kilómetros de Frankfurt. La casualidad quiso que me encontrara en un pequeño pueblo alemán justo el día antes de que la selección Española se convirtiera en campeona de Europa tras vencer al combinado alemán por un gol a cero. Un grupo de españoles no podía  pasar desapercibido en un pueblo germano en un contexto tan especial.

Después de recorrer el encantador pueblecito de Bacharach, nos fijamos en una cervecería que podría figurar en las enciclopedias como la típica taberna alemana. La idea de tomar una pinta de cerveza alemana bien tirada era más fuerte que la de ver cómo se batían los jugadores de cartas con los que habíamos venido. Entramos en la cervecería y tomamos asiento.

Aquel lugar debía estar de moda porque estaba lleno de gente que gritaba y reía agitando vasos de cerveza. El punto de inflexión llegó cuando solicitamos al camarero una ronda de rubias espumosas. El aforo del bar se fijó en nosotros. Cuando empezamos a conversar nos identificaron rápidamente como españoles.

Había un grupo de jóvenes que llevaba bastante tiempo bebiendo cervezas pegados a la barra. El color sonrosado de sus mejillas y ojos dejaban patente su galopante estado de embriaguez. Cuando aquella manada de germanos se enteró de nuestra procedencia, evolucionó hacia el estado de hooligans del Manchester United. Comenzaron a entonar aberrantes cánticos futboleros, abrazándose y contoneando sus caderas.

ventana

Era obvio que aquellos cánticos estaban dirigidos a nosotros, inocentes turistas inmersos en tierras hostiles. Realmente el fútbol nos importaba bastante poco en aquel momento, simplemente queríamos pasar una velada tranquila. Pero los hooligans germanos no estaban dispuestos a darnos esa satisfacción. Uno de ellos, rubio y grandullón se dirigió a nosotros el alemán, cuando terminó su frase, todo su grupo se echó a reír emitiendo sonoras carcajadas. Estaba claro, éramos el objetivo de sus burlas.

Aunque éramos menos, las propiedades etílicas de la cerveza nos impulsaron a competir con el grupo de hooligans. Cada vez que uno de ellos nos decía algo en alemán, nosotros le respondíamos en castellano. No fue una buena elección; a la tercera réplica las sonrisas de nuestros borrachos y etílicos adversarios desaparecieron y los cánticos se convirtieron en frases secas y directas, por supuesto, en alemán.  Los hooligans se habían mosqueado. Por si fuera poco, desde hacía un rato un tipo siniestro no dejaba de mirarnos con cara de Vampiro de Dusseldorf desde el otro extremo de bar.

Ante tanta hostilidad comenzamos a valorar la posibilidad de huir, pero finalmente decidimos acabar con la escalada de violencia adoptando una postura indiferente.

Me levanté a por una ronda más y uno de aquellos tipos, con cara de pocos amigos, se plantó frente a mí y dijo algo en alemán; le respondí en inglés que no entendía lo que me quería decir, pero en lugar de irse se quedó quieto y tuve que esquivarle para llegar a la barra. Al regresar con las pintas, el tipo con cara de Vampiro de Dusseldorf se acercó a nuestra mesa, y para sorpresa de todos, en lugar de amenazarnos nos dijo en una mezcla de castellano y portugués que aquellos tipos eran peligrosos y que era mejor que nos fuéramos de allí. Según nos contó se trataba de auténticos freaks futboleros habituados a resolver las diferencias lingüísticas e ideológicas a golpe de puño.

elbar

Debíamos cambiar de estrategia si no queríamos salir de allí con mas de un chichón en la cabeza, así que tratamos de comunicarnos con el grupo de hooligans para cortar la tensión que flotaba en el ambiente. Por suerte, el dueño del bar se puso de nuestra parte e hizo las veces de traductor porque el grupo de germanos ebrios no sabía inglés.

Tras unos minutos intercambiando ideas, llegamos a la conclusión de que lo único que pretendían los hooligans alemanes era convencernos de lo superior que era su selección de futbol y de las pocas posibilidades que tenía España de ganar la Eurocopa. Pobres borrachos, tan rubios y sonrojados que consiguieron inspirarnos lástima. Después de habernos estado dando la tarde, se calmaron cuando consiguieron transmitir ese absurdo mensaje.

Con el sabor de una hipotética victoria en los labios y varios litros de  cerveza en el estómago, el grupo de hooligans se marchó del bar para continuar haciendo maldades por el pueblo. Cuando el último de ellos se marcho del local, comenzó a cambiar nuestro día a mejor, pero prefiero dejar esa parte de la historia para el próximo día.

David Nogales