Ante las grandes pirámides de Gizeh y entre las arenas solitarias del desierto egipcio, vela la estatua de esta esfinge de colosales dimensiones.
Una esfinge, para entendernos, acostumbra a tener el aspecto de un león sentado o tendido y con cabeza humana, que frecuentemente corresponde a la del rey en cuyo reinado se construyó. La más conocida e impresionante de las esfinges es la de Gizeh.
Pese a la erosión de las arenas, el viento o el agua y a los cañonazos disparados por una fanático emir musulmán, la esfinge sigue mirando imperturbable hacia el este, para asistir al diario nacimiento del dios Ra (dios del Sol).
El conjunto tiene 74 metros de largo por 25 de altura. Ha sido directamente esculpido en la roca. Lamentablemente antaño lucía una larga barba de la que ahora carece y que fue descubierta entre la arena y trasladada al British Museum de Londres, junto a otras muchas viejas reliquias pétreas.
No se sabe con exactitud cuándo se construyó. Algunos la situaban en una época anterior incluso a los propios egipcios, pero otros expertos consideran que, por cuestiones de estilo, debía haberla mandado construir Kefrén durante su reinado (2558-2532 a.C). Recientemente se ha apoyado más la teoría de que Djedefre, el medio hermano de Kefrén, fue el verdadero autor de la esfinge.
Entre sus patas anteriores se levanta un altar de sacrificios, Templo de la Esfinge. Al Sur se encuentra el Templo del Valle, una gran estructura rectangular construida con columnas y dinteles.
Algunas investigaciones sostienen que bajo la pata derecha de la esfinge hay unos túneles que conectan varias cámaras. Si existen o no y lo que hay en ellas, sigue siendo un enigma. Hay quien se ha aventurado a afirmar incluso que estas cámaras ocultan documentos que relacionan Egipto con la Atlántida.
Sorprende que, teniendo tantísimo tiempo, aún no se hayan revelado todos sus misterios.
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