En el siglo XII, el pueblo de los dogón se vio obligado a emigrar la zona occidental del Níger para asentarse a los pies del acantilado de Bandiagara, una enorme falla de 200 kilómetros de extensión situada al sudeste del famoso río. En aquella franja, los dogón construyeron sus viviendas incrustadas en la roca. Hoy, son Patrimonio de la Humanidad.
La peculiar ubicación de cada una de las viviendas y graneros del poblado la hizo prácticamente inaccesible para el forastero durante el periodo en el que sus gentes fueron asediadas por otras tribus indígenas que también se habían asentado en la zona, como era el caso de los pigmeos, de las que aún se conservan las ‘tellem’, utilizadas como sepulcros. Tras una dura pugna, los dogón lograron afianzarse en el lugar y desarrollar toda una filosofía de vida, repleta de símbolos totémicos y rituales cosmogónicos.
De hecho, los dogón son conocidos, además de por sus singulares viviendas- a las que sólo se accede escalando- , por sus máscaras votivas y tallas de madera que son muy apreciadas por los turistas que se desplazan hasta la frontera con Burkina Faso, en Mali.
Aunque, es mi opinión personal, no soy amiga de ‘hacer turismo’ visitando poblados indígenas, convirtiéndoles en meras atracciones temáticas, (aún siendo, a veces, fundamental para su subsistencia), si es de los que se decantan por este tipo de actividades, en Mopti, ciudad cercana, (a unos 130 kilómetros) se contratan guías que les acompañarán durante el recorrido, e incluso tendrá ocasión de compartir una jornada con los dogón, y hacer rutas en 4×4.