Cuando de viajes se trata, la imaginación nos juega a menudo malas pasadas. Antes de visitar cualquier lugar es lógico documentarse sobre el destino que se visita, y es más usual aún que nuestra imaginación engrandezca más de la cuenta lo que se va a ver. El resultado de esta operación mental es un chasco monumental cuando se contrasta la información que se guarda en la cabeza con la realidad. Por suerte, otras veces la realidad supera la ficción.
Según cuenta la leyenda, en los tiempos en los que se creía que las brujas estaban hechas de madera y flotaban en el agua, vivía en la ciudad polaca de Cracovia un terrible dragón que vivía en una cueva bajo la colina de Wawel. Por ello se le conocía como el dragón de Wawel.
En su estatus de cruenta criatura devoradora de hombres, el viejo dragón tenía la afición de devorar no a los harapientos mendigos y viajeros despistados que se acercaban a su guarida. El dragón era todo un gourmet y únicamente deglutía la carne inmaculada de las doncellas vírgenes de Cracovia.
El voraz dragón debía ser un glotón de mucho cuidado pues según reza la leyenda en poco tiempo se había zampado a todas las doncellas salvo a una, la mismísima hija del rey de Cracovia, un monarca llamado Krakus. A estas alturas supongo que el rey no sería el único desesperado de la comarca; no sé cómo llevarían todo este asunto los hombres de la ciudad pero ante la escasez de mujeres no me extraña que se retomaran algunas de las viejas costumbre de la Grecia Clásica.
Volvamos a la leyenda. El rey Krakus desesperado decidió hacer lo que se suele hacer en estos casos: igualar la población de hombres y mujeres de la ciudad lanzando un mensaje: “Aquel que rescate a mi hija de las fauces del dragón de Wawel podrá desposarse con ella convirtiéndose en futuro rey” ¡Menudo chollo! Convertirse en Rey de Cracovia; y sólo había que enfrentarse a un gigantesco dragón escupe fuego devorador de hombres que se ocultaba en una sinistra cueva de la colina más alta de la ciudad.
Y mientras los nobles caballeros de la ciudad aprendían más sobre los usos y costumbres de la vieja Grecia, un joven zapatero se devanaba los sesos para los alcanzar la cumbre del éxito social. Pensó que el dragón debía ser tan glotón como imbécil, y decidió rellenar un cordero con azufre para tender una trampa al escamado secuestrador de la princesa.
El truco del zapatero Skuba dio sus frutos y cuando el dragón vio el cordero relleno frente a su cueva se lo comió. Lo que no sabía era que el azufre da más sed que una resaca de whiskey y corrió a aplacar su sed bebiendo litros y litros del río Vístula. Tanto bebió el dragón que al final, ¡Boouum!, explotó como una granada y la doncella pasó de las garras afiladas del dragón a las manos sucias del astuto zapatero. Me gustaría haber visto la cara del Rey Krakus al enterarse de que iba a convertirse en suegro del Zapatero Skuba, futuro rey de la ciudad.
Gran leyenda esta del Dragón de Wawel. Con todos esos datos en la cabeza viajé a Cracovia a sabiendas de que había una escultura del dragón a las puertas de la cueva donde según la leyenda se produjeron estos hechos. Las notas de la oficina de turismo de Cracovia aseguraban que la estatua del dragón escupía fuego por la boca.
Caminé, caminé y caminé hasta las puertas del castillo erigido sobre la colina de Wawel, preguntando aquí y allá a vecinos y comerciantes sobre el paradero del legendario escenario. Y cuando llegué me llevé un chasco de los buenos. Matizo: no es que la escultura del dragón fuese cutre ni nada por el estilo, nada más lejos de querer herir el orgullo del escultor de la obra y de los ciudadanos de Cracovia;
Lo que ocurre es que no me esperaba un dragón de diseño vanguardista. Y mucho menos que pareciese un gigantesco mechero de resistencias cada vez que echaba fuego por sus fauces. Mirando la escultura maldije a mi imaginación por haberme fabricado una imagen espectacular de lo que iba a ver. Finalmente acepté lo que había y tiré unas fotos para el recuerdo. Por suerte, el encanto de la ciudad de Cracovia superó con mucho cualquier expectativa creada por mi mente y quedé encantado con la visita a esta antigua ciudad polaca. Diagnóstico: demasiada fantasía e influencia las narraciones de J.R.R. Tolkien.
David Nogales