Si hay algo mágico que reseñar de los viajes es la inapelable labor del destino y su modo de entrelazar acontecimientos. Sencillamente delicioso. La consecución de sucesos fortuitos con final feliz es algo que los viajeros experimentamos con gran satisfacción. Eso sí, el destino no siempre acierta. De entre todas las situaciones que brinda el destino, me quedo con los compañeros ocasionales que comparten un tramo de viaje para después perderse en algún rincón remoto del planeta.
Recordando mis viajes, puedo citar a decenas de personas con las que he compartido un día, una semana e incluso varios viajes. Por el modo excepcional en que se establecen este tipo de relaciones, los lazos que se crean suelen ser con frecuencia más fuertes e intensos que los que surgen en nuestra rutinaria vida cotidiana.
La primera vez que salí de mi país tuve la suerte de encontrarme con una pareja de Barcelona con la que compartí el tramo final de mi periplo europeo. Desde entonces, hemos salido juntos a conocer nuevos destinos, y los planes para futuras excursiones por el planeta azul nunca cesan. Ahora, llevamos algunos meses planeando un exótico viaje a Cuba.
Los conocí por una combinación magnífica de casualidad y necesidad. Si recordáis, mi primer viaje estaba empañado por un trastorno incómodo llamado agorafobia. Me daba un pánico atroz mezclarme con el resto de la humanidad. Aun así, empujado por mi pareja, rompí con mis miedos para salir a conocer cómo era el mundo.
Después de superar ciertos trances me encontraba en la estación de tren de Tesalónica preparando una escapada a tierras asiáticas. Turquía se aparecía en mi mente como un país peligroso e incierto. Os puedo asegurar que este pensamiento me atormentó durante muchas horas nocturnas. Mi mente necesitaba la seguridad de un grupo numeroso. El destino se encargó de proporcionármelo.
Mientras hacía cola para sacar los billetes del tren una chica joven se dirigió a mí preguntándome si viajaba a Estambul. Respondía afirmativamente y a continuación me dijo que me acercara al chico que estaba frente a la ventanilla y le encargara a él mis billetes. Viendo la cola que tenía por delante, no me lo pensé. Me dirigí al chaval y le dije sin preámbulos que sacara dos billetes más para Estambul.
El muchacho me miro asintiendo como si me conociera de toda la vida, sin preguntarme absolutamente nada; después se dirigió al taquillero pidiéndole dos billetes más. Cogió los dos billetes encargados y me los dio. De nuevo, la chica entró en escena invitándonos a desayunar en un rincón de la estación. Acepté sin apenas pensarlo.
Sentados en círculo tomamos bollos y leche mientras charlábamos sobre nosotros para conocernos. Al rato se sentó con nosotros otra pareja portuguesa que habían conocido los catalanes anteriormente. Como si se tratase de una obra de teatro improvisada, aparecieron sobre el escenario dos nuevos actores, una pareja de madrileños a los que invitamos a desayunar con nosotros. Lo gracioso de esta última incorporación es que les invitamos a desayunar cuando les escuchamos hablar en castellano, así, sin más.
En apenas unos minutos habíamos formado un nutrido grupo de viajeros dispuestos a dejarse embelesar por el exotismo de la vieja Constantinopla. El viaje en tren hasta Estambul duró catorce largas horas que expiraron casi sin notarlo porque nada más subir al tren montamos entre todos una fiesta digna de fin de año: cervezas, cánticos regionales, sonrisas, chistes anécdotas. Todo el grupo conectó como si llevásemos años viajando.
Al llegar a Estambul no se disolvió la compañía, al revés, recorrimos Estambul juntos decidiendo entre todos qué hacer y cómo, dónde dormir y dónde comer. Fue una experiencia fantástica con multitud de detalles y sorpresas que os contaré en otra ocasión. Esta misma sensación debió ser general porque seguimos juntos el resto del periplo europeo, desde Estambul a la región de Tesalia, y desde Grecia hasta las costas orientales de Italia.
Después de ese intenso viaje común solo mantengo contacto con la pareja de Barcelona, Albert y Susana, con los que viajaríamos años después a Francia, Polonia, Hungría, Bosnia, Croacia y Eslovaquia, y con los que compartiré en el futuro próximo nuevas aventuras. Por cierto, en estas fechas Susana se ha hecho un año más vieja: muchas felicidades.
David Nogales