Decía Frank Sinatra en una de sus canciones más míticas que Nueva York es la ciudad que nunca duerme. Pues bien, según mi experiencia añado, sin el glamour de Sinatra, que Nueva York también es la ciudad que nunca calla.
Y afirmo esto por lo sucedido una fría mañana de noviembre cuando en el vagón de metro tuvo lugar una escena memorable. Al detenernos en Canal Street, un joven hispano entró y, sorteando a unos cuentos viajeros, tomó asiento. Al poco, de su mochila sacó una fotografía y la miró fijamente.
-Es bonita, ¿es tu novia? -dijo su vecina de asiento, una señora con aires de Mrs. Marple, mirando la foto.
-Sí –dijo el joven con una amarga sonrisa-. Pero hemos discutido…
De repente, un hombre negro, desde el marco de la puerta, apuntó con una voz cavernosa:
– Envíale flores, aunque sea culpa tuya.
– Ya lo hice una vez, ¡pero es alérgica y ahora está enfadada! –exclamó el joven con tanta desesperación que provocó las risas de todos los que estábamos alrededor.
El hispano empezó a contar su historia de amor a todos los presentes, mientras yo me quedaba atónito por lo insólito del momento. Este tipo de conversaciones espontáneas no pasa en España, pensé.
Otro ejemplo: Un día, al salir de una tienda de la 5ª Avenida con una amiga, un olor a comida se coló por mi nariz. Aspiré con fuerza para desentrañarlo. ¡Una mujer que pasaba a mi lado imitó mi gesto! Me quedé con cara ofendida. ¿Se estaba burlando de mí? No, dijo mi amiga. Es que les encanta interactuar. ¡Qué pueblerino eres!, exclamó.
Ya lo sabes, si algún día tienes la suerte de conocer Nueva York o el resto de Estados Unidos, prepárate porque algún desconocido se acercará a ti con algo que comentar. Cuidado, si no pasas el examen, no serás cool.
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