¿Quién diría que el chicle podría transformarse en una obra de arte? Probablemente nadie. Sin embargo, la goma de mascar forma parte de varios “monumentos” artísticos contemporáneos que cada año son visitados por miles de turistas curiosos. Antes, pegar un chicle a una pared era sinónimo de ofensa y mal gusto, pero ahora forma parte del arte.
Esto se puede apreciar en un par de sitios de Estados Unidos, donde se han formado muros con esta golosina. El primero que hay que mencionar está en Seattle, ciudad perteneciente al Estado de Washington, y surgió durante la década del noventa, una época en la que dicha urbe ganó reconocimiento debido a los movimientos juveniles ligados a la música y cultura “grunge”.
Estamos hablando de la “Gum Wall” (Muro de chicle), donde la gente puede dejar pegados los chicles que están masticando, de modo que se forma una pared multicolor bastante particular. Más allá de la situación grotesca de dejar una golosina pegada en un muro, la estética del lugar es muy bonita y brinda un espectáculo especial.
Sin embargo, es probable que el caso más icónico sea el del Callejón del Chicle (Bubblegum Alley), que se encuentra emplazado en el centro de una pequeña ciudad californiana llamada San Luis Obispo. A diferencia del ejemplo de Seattle, y tomando en cuenta su nombre, no nos encontramos en presencia de una sola pared “enchiclada”, sino con un estrecho pasillo donde los muros que lo rodean están cubiertos de goma de mascar y cada uno que pasa puede hacer su aporte al “monumento”.
El Bubblegum Alley nació durante la década de 1950, y desde entonces se ha convertido en un sitio tradicional para los habitantes del lugar y los turistas que se acercan a conocerlo. El único problema es que hay que caminar con cuidado, porque el callejón es muy angosto y es posible que los visitantes terminen con las suelas de su calzado completamente pegadas con chicles caídos de las paredes.