Hace cientos de miles de años el viento y agua esculpieron pacientemente la orografía de Anatolia central para dar origen a uno de los paisajes más fantásticos del planeta, la región turca de la Capadocia. Milenios más tarde sería el hombre el que terminara de cincelar con sus propias manos la ya bella creación de los dos escultores más antiguos del mundo. Los hombres excavaron profundo en las rocas blandas de la Capadocia y las habitaron. Hoy su legado es el testimonio de la perfecta fusión entre el hombre y la naturaleza.
El viaje hasta el corazón de Turquía fue más fatigoso de lo que pensé en un primer momento. Fueron doce largas horas en autobús desde Estambul hasta una estación próxima al pueblo anatolio de Göreme. Un apeadero en mitad de la nada al que llegamos cuando aun no se había despertado la mañana y el sol perezoso aun se escondía tras el firmamento.
En la estación se agolpaban como acechantes hienas algunos comerciales de las agencias turísticas de Capadocia. Negociantes ladinos que saben muy bien que el mejor momento para asaltar a los viajeros y venderles los paquetes turísticos es el preciso instante en el que se bajan del autobús. Adormilados y desorientados por el largo viaje, los turistas son más vulnerables y resulta más sencillo convencerles de la necesidad de dormir en la cama del hotel al que representan.
Aunque hubo un momento en el que sentí que acababa de tragarme un anzuelo, debo reconocer que acerté en contratar los servicios de una agencia de viajes. Bueno, mejor dicho, en contratar los servicios de Effe, el guía capadocio. Nos ofreció un encantador alojamiento en el pueblo de Göreme, una cueva excavada en la roca desde hace cientos de años. Un lugar tan acogedor como fascinante.
Nos dejaron un par de horas de descanso y vinieron a buscarnos en furgoneta. La primera parada de Capadocia sería uno de los lugares más interesantes de Turquía: el museo al aire libre de Göreme. Una fantástica ciudad excavada en la roca por los primeros cristianos que colonizaron Anatolia central hacia el siglo III después de Cristo.
Este paraje es una de las curiosidades de Turquía, un país de mayoría musulmana que sin embargo es una pieza fundamental a la hora de entender los primeros pasos del cristianismo. El museo al aire libre de Göreme tiene un especial valor para los cristianos. Los primeros seguidores de las enseñanzas de Jesús se desplazaron hasta este escenario de rocas huyendo del acecho de los árabes, durante los siglos III y IV.
Esta aldea en miniatura tiene todo lo necesario para el desarrollo de la vida cotidiana y espiritual: refectorio, despensa, cocina, dependencias personales y cómo no, varias iglesias. En un periodo en el que los símbolos desempeñaban un importante papel, los cristianos se afanaron en decorar el interior de las cuevas de roca con frescos que relataban pasajes bíblicos o mensajes cristianos. Una formidable manera de educar mediante la imagen.
Mi mandíbula estuvo a punto de desencajarse cuando nos mostraron la catedral de la iglesia oscura. Al igual que el resto de edificaciones había sido escavada en la roca pero a diferencia del resto presentaba elementos arquitectónicos muy eleborados como arcadas y columnas cinceladas. Para más belleza, toda la estancia estaba decorada con frescos.
La guinda final la puso el guía que nos explicó que en la iglesia oscura se conserva el único retrato de la virgen maría esbozando una sonrisa. Eso me llamó la atención, pero lo hizo más el fresco que representaba a los reyes magos. Lo curioso de esta representación pictórica es la ausencia de un Baltasar negro. Los tres monarcas orientales presentan rasgos caucásicos. Lo que me hace suponer que la incorporación de un rey negro se produjo en un periodo histórico posterior.
Göreme y sus alrededores han superado la prueba de fuego del paso del tiempo, y gracias a ello hoy se nos desvelan secretos enterrados durantes siglos. Los cimientos del cristianismo tienen aquí su sede permitiendo conocer más profundamente el trayecto de una religión mayoritaria que no fue siempre bien recibida.
David Nogales