Existe una Costa Rica tradicional, campesina, que vive ajena al boom del ecoturismo. Es la que da vida al rico folclore centroamericano, que se aprecia en sus bailes, en sus canciones, en su artesanía. Uno de los mejores lugares para conocerla es la península de Nicoya, en el noroeste, a orillas del Pacífico.
Es la región más seca de Costa Rica, y por eso mismo es la más propicia para los asentamientos humanos y las explotaciones ganaderas, que han florecido desde los tiempos de la colonia. La pieza central de este proceso es el sabanero (el vaquero, el trabajador de las estancias ganaderas), que es el personaje característico de la cultura popular local.
Un gran ejemplo es Liberia, la capital de la provincia de Guanacaste. Es el corazón de la zona ganadera y vive todavía a su propio ritmo. Las casas tienen muros de madera o de piedra blanca, tejas rojas y dos puertas, una a cada lado de las esquinas. El Museo del Sabanero, en el que se rinde homenaje a esta figura popular, está ubicado en una de las construcciones más representativas de este estilo arquitectónico centenario.
Liberia queda de camino hacia las mejores playas de todo el país, ya que son las únicas de arena blanca. En esta zona se concentren las tres cuartas partes de las plazas hoteleras de Costa Rica. La zona del golfo de Papagayo, de Bahía Culebra, y las playas de Flamingo, Conchal, Tamarindo y Hermosa atraen decenas de miles de visitantes.
En el camino no será extraño encontrarse con los sabaneros, que conducen manadas de cebúes gibosos de regreso a la estancia. En las aldeas, grupos de personas conversan a la sombra de un guanacaste, el árbol nacional que da nombre a esta provincia, completamente ajenos a las prisas.
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