Buenas noches y buena suerte

7 julio, 2010

Cuando el viaje es largo y se aboga por la flexibilidad en detrimento de la planificación, la cuestión del alojamiento se puede convertir en un lastre. Si no hay demasiada suerte, los hoteles de última hora pueden ser demasiado caros y los albergues pueden estar repletos. En esos casos las posibilidades se reducen a dos: o se busca un hueco en una casa particular o se estira el saco de dormir en algún rincón discreto.

En los primeros viajes me aterrorizaba dormir al raso y siempre me decantaba por la opción del hotel caro de última hora. Con la caída de la noche mi retorcida mente se llena de pensamientos fúnebres y siempre he guardado respeto a las historias que me contaron de chico acerca de las perversidades del Tío Camuñas.

Lo cierto es que cuando tienes que desembolsar 90 euros por dormir en un antro de Milán con un colchón con más bultos que la cama de pinchos de un faquir, la posibilidad de lidiar con el señor Camuñas se hace más llevadera. Como decía mi abuela: Santo Tomás ni una más. Después de ese atraco a mano armada decidí que en caso de no encontrar alojamiento barato dormiría en la calle.

Ese fue el motivo por el que decidí estirar en saco de dormir en la estación de Bratislava y aunque no me encontré con Camuñas sí topé con un pistolero graciosillo que me dio un leve sobresalto. Gracias a él descubrí que si se duerme en la calle es importante buscar en un sitio resguardado y sobre todo discreto.

La segunda vez que me tocó dormir mirando a las estrellas fue en Split, Croacia, y se debió a un exceso de confianza. Nada más llegar a la estación de autobuses una turba de comerciales nos rodeó ofreciéndonos todo tipo de alojamientos. Una situación un tanto peculiar porque cada uno de ellos trataba de llevarte con él cogiéndote del brazo o poniéndose delante del resto de hambrientos buscaguiris.

En mitad del guirigay de ofertas, creyendo que iba a dar resultado, Albert, uno de mis incansables compañeros de aventuras, dijo – Nos da igual dormir en la calle así que si nos vamos con el que nos deje la habitación a 10 euros –  Fueron palabras mágicas. Nada más acabar de pronunciarlas la turba guardó silencio durante un segundo con cara de frustración y se marchó al instante. Nos quedamos solos.

Aquella noche dormimos cerca del puerto con la brisa del mar dándonos en los hocicos pero mereció la pena. Fue uno de los días que más aprovechamos porque el sol se encargó de despertarnos con su estelar aparición a eso de las siete de la mañana. No recuerdo demasiado de aquel día porque la falta de sueño me convirtió en un zombie de Thriller, incluso me pareció ver por la calle a Michael Jackson.

Más tarde descubriría que en los principales destinos siempre hay personas dispuestas a acogerte en su casa a cambio de un módico precio. En la ciudad bosnia de Mostar, me ocurrió algo parecido a lo de Split, pero en esta ocasión fuimos nosotros los que escapamos de los comerciales de hoteles por los precios elevados de sus tarifas. Viendo que íbamos a pasar otra noche en la calle, nos sentamos en un banco para pensar qué hacer.

Al cabo de un rato se nos acercó una chica joven y nos dijo en un inglés algo confuso que podíamos dormir en la casa de su abuela por solo 10 euros. Se nos iluminó el rostro. Fuimos con ella hasta la casa y nada más entrar vimos a una entrañable anciana que estaba preparando un puchero que olía a gloria. La anciana nos recibió con una sonrisa infinita aunque poco más podía decir porque solo hablaba bosnio.

Aquella noche dormimos en una cama blandita después de haber cenado en la orilla del río. Todo un privilegio a un precio razonable. Después de esta experiencia repetiríamos en Bratislava, París, Cantabria, Cádiz y Edimburgo. Desde entonces sólo deseo poder hacerme rico para no tener que pasar calamidades en los viajes pero veo que esa pretensión nunca llega así que tendré que volver a invocar a la buena suerte alguna noche más.

David Nogales