Para iniciar cualquier recorrido fuera de las poblaciones es necesario ir armado, ante la posibilidad de un encuentro con osos polares. Tampoco hay carreteras que permitan viajar por las islas.
Para desplazarse, igual que hace siglos, sólo queda el mar, que muchas veces se cubre de hielos y se vuelve intransitable en invierno.
El turismo se impone en los últimos años como una de las bazas económicas del archipiélago, junto a la ciencia y la extracción del carbón. Un crucero de varios días por las islas se convierte en una de las mejores alternativas para conocerlo. Los lugares de desembarco, cuidadosamente seleccionados, permiten descubrir la naturaleza y parte de la historia de las islas.
Ny-Alesund, la que probablemente sea la población permanente más septentrional del mundo, es una etapa obligada. Ahora es fundamentalmente un gran centro de bases científicas y el lugar donde se encuentra la estafeta más septentrional del mundo. Más al norte, la soledad es absoluta.
Hay lugares como el fiordo Magdalena en el que once glaciares llegan al mar en lo que es un espectáculo fascinante que apenas contemplan los pasajeros de los pocos barcos que alcanzan estas latitudes. En Poolepynten es posible acercarse a una zona de descanso de morsas.
Longyearbyen es, salvo excepciones, el punto de entrada y salida de los viajes a Svalbard. Es la capital, el lugar donde hay tiendas, restaurantes, hoteles y supermercados. El museo de Svalbard es la referencia para aprender de la historia y la naturaleza de estas islas remotas muy cerca del polo Norte.
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