Viajeros ociosos y viajeros forzosos

28 abril, 2010

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Era una noche cerrada con una tímida luna que no se atrevía a mostrar toda su belleza. En la orilla del mar, un hombre solitario vestido con un traje tradicional africano de color blanco en contraste con las facciones oscuras de su piel observaba el baile del mar. El viento agitaba las blancas telas de su vestimenta y susurraba a las olas para que mojasen los pies al desconocido.

Lo observé desde la distancia, quise introducirme en sus pensamientos para saber qué lo mantenía con la mirada fija en un punto infinito del horizonte recibiendo el azote de la brisa. Quizás echara de menos su tierra, quizás se arrepentía de una mala acción pasada o simplemente se lamentaba de ser un viajero en tierra extraña, un viajero forzoso.

Las playas españolas se convierten en periodo estival en un hervidero de turistas europeos, viajeros ociosos dispuestos a dejarse el salario ahorrado durante el invierno en hoteles, paellas, cócteles, espectáculos, souvenirs y helados decorados con una bengala y un paraguas. Algunos de estos viajeros ociosos no miden sus gastos porque consideran que la diversión es directamente proporcional a la inversión.

Ellos no son los únicos viajeros de las playas españolas, cada noche sale de su escondrijo otro tipo de viajero para montar un pequeño puesto donde se venden collares, pulseras, anillos, monederos, sombreros y piezas de artesanía a los turistas derrochadores. Son los viajeros forzosos: nigerianos, congoleños, sudafricanos, marroquíes… gente para la que el mundo no es más que un pequeño escenario en el que poder representar la obra de su vida.

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La historia de los viajeros forzosos es más emocionante que la de los viajeros ociosos pero también es más triste. Los dos tipos de viajero comparten un objetivo común: escapar; los viajeros ociosos escapan de las garras de la rutina y la mecánica de la vida en occidente: trabajar, comer, trabajar, comer, TV, dormir, trabajar…Los viajeros forzosos escapan de la miseria  provocada por el fusil que se dispara en una guerra o por la ruina espiritual que genera la vida contemplativa. Los viajes nos hacen olvidar.

Una diferencia entre los dos tipos de viajero es lo que obtienen del viaje: para los viajeros ociosos las maletas, la playa, el cubo con su pala, el flotador, la esterilla y los castillos de arena suponen un reseteo de esa rutina que pone el marcador de estrés en cero. Eso les permite encarar un nuevo tramo de su vida con más optimismo, incluso con alegría.

En el otro extremo, los viajeros forzosos obtienen del viaje poderse mantener un día más con vida y con un poco de suerte ahorrar lo suficiente para mantener con vida a su familia que aguarda pacientemente las noticias del embajador de su linaje que un día se vio obligado a marchar a la tierra prometida en busca de un futuro mejor.

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Ambos tipos de viajero suelen escoger el verano para emprender la larga marcha pero cada uno emplea un medio de transporte. Los viajeros ociosos son más partidarios del tren, el coche fletado de aparejos o el avión si viajan desde el corazón de Europa. Los viajeros forzosos suelen tener pocas opciones: recorrido a pie o en patera. En cierta ocasión conocí a un sudafricano que llegó al norte de África andando desde Pretoria. Supongo que para ellos el concepto del tiempo es distinto al nuestro.

En definitiva, son viajeros diferenciados por su poder adquisitivo: unos gastan el dinero que les sobra y los otros viven del dinero que les sobra a los primeros. Aunque suene extraño el dinero es el verdadero pasaporte que cierra o abre las puertas de los países.

Ambos son viajeros y ambos son extranjeros en tierra extraña. Viajeros ociosos que se sacuden de encima el cansancio de una vida contrarreloj y viajeros forzosos empujados a recorrer caminos desconocidos en busca de una vida mejor.

David Nogales