Después del esplendor llegó la decadencia, de golpe, con la traición de sus generales. Los ejércitos enemigos arrasaron palacios, templos, vidas y sueños. Caminar ahora entre los restos de los monumentos reales es un ejercicio de asombro y perplejidad.
Muy temprano, al amanecer, se celebran las ceremonias en el templo de Virupaksha. Luego hay que cruzar el bazar, salir de Hampi -la aldea que vive a la sombra de tanta historia-, pasar junto a la gran estatua monolítica de Nandi y seguir el río, donde todavía son visibles los restos de un puente destruido. Se pasa junto a templos decorados con escenas eróticas y otros en los que sólo viven monos antes de llegar a Vitthala.
Este templo, la cumbre artística de Vijayanagar, está poblado de figuras míticas, cada columna es un león, un caballo encabritado, un monstruo terrible. Hace años -ahora está prohibido tocarlas-, si se golpeaba suavemente unas columnas finas con el borde de la mano, la vibración del fuste sacaba unas tenues notas musicales que flotaban en el aire cálido de la mañana.
Al sur se extiende un inmenso recinto amurallado donde se encuentran algunos de los restos de la corte imperial. Allí están los Baños de la Reina, los establos de elefantes, un templo subterráneo, pabellones ricamente decorados. Recuerdos de otro tiempo que nos hablan de un mundo suntuoso y perdido.
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