Hay quien afirma que si observas con detenimiento un tronco de bambú lo ves crecer delante de tus ojos, y eso es exactamente lo que ocurre con las ciudades de las economías emergentes de Asia. Cualquiera que viaje con frecuencia al continente tiene la impresión de que, en cada ocasión, se enfrenta a lo desconocido.
Bangkok es el mejor ejemplo de esta metamorfosis permanente. En dos o tres años avanza como nunca lo hace una capital europea: aparecen nuevos rascacielos, levantan un sistema de autopistas interno de muchos kilómetros que permite recorrer las calles a varios metros de altura o construyen el Skytrain , una especie de metro exterior que también va por medio de las calles.
Más allá de los templos centenarios, los mercados callejeros o las calles bulliciosas de Chinatown aparece la ciudad moderna con sus rascacielos, ocupados por hoteles modernos, oficinas de importantes corporaciones y fabulosos centros comerciales.
Allí se esconden galerías de arte moderno y en las terrazas de los últimos pisos se abren restaurantes de lujo y bares de copas. Lo bueno de Bangkok es que permite combinar ambos mundos con el simple gesto de viajar un par de estaciones en el Skytrain.
Los tailandeses saben sacar partido de su historia y tradiciones, y así no hay nada mejor que pasar de un centro comercial de lujo a una sesión de auténtico masaje tradicional en la Escuela de Masaje y Medicina Tradicional de Wat Po o, si se busca la máxima sofisticación, al spa del hotel Oriental.
Que Bangkok es un paraíso para las compras se sabe desde hace muchos años. Desde productos tradicionales (sedas, objetos de bronce y cerámica,…) a ropa moderna y aparatos electrónicos. Una ciudad en constante evolución.
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