Durante la Semana Santa los tarahumaras danzan para orar y mantener su espiritualidad, bailan en honor a sus muertos, para agradecer bendiciones, para alejar los maleficios y evitar las enfermedades, el sufrimiento y la tragedia.
Se colocan ramas de pino en las calles para marcar el camino de las procesiones en las que participan dos grupos, el de los fariseos y de los soldados.
Durante los tres días de semana santa no dejan de sonar los tambores, las flautas y violines, que hacen recordar música de antaño; hay mucha actividad en todo el pueblo y los ancianos van y vienen, mientras que los niños juegan entre las mujeres que muelen el maíz para el tesgüino ( un fermento de maíz similar a la cerveza).
Durante la media noche del Jueves Santo y hasta la una de la mañana sólo el misterioso sonido de los tambores se escucha en la oscuridad.
Durante la mañana del Viernes Santo, los soldados y fariseos comienzan sus bailes, representados por hombres pintados con cal y ocre, danzan durante 36 horas. Es el único día que participan las mujeres en la procesión, cantando y echando incienso alrededor de la iglesia.
El Sábado, los grupos de soldados y fariseos danzan en los cerros. Al mediodía los grupos de danzantes llevan a cabo su representación en el atrio del templo. En la tarde, el maestro de ceremonias destruye todos los arcos que están frente a la iglesia.
Para el tarahumara esta celebración significa que a través de sus danzas se expresa su cultura y en ellas sus esperanzas, temores, los tormentos de su alma, anhelos de vida mejor y plegarias por felicidad y alegría.
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