En anteriores post de Viajes de Marcus…
En un vano intento por contemplar la cueva glaciar de Dobšinská, nos encontrábamos perdidos en algún punto remoto de la región eslovaca de Kosice. Sin saber dónde estábamos, sin un hotel con una cama caliente para dormir y con una niebla que haría tiritar al mismísimo abominable hombre de las nieves, sólo podía lamentar mi mala suerte. Además, el último tren que podía devolvernos a la civilización se había marchado y no habría otro hasta la mañana siguiente. Cuando todo parecía perdido, apareció de la nada una amable familia checa dispuesta ayudarnos…
Había avanzado unos cuantos pasos cuando aquel hombre corpulento me preguntó si pretendíamos ir andando. Me di la vuelta y con la mirada del gato de Shrek, le contesté que no nos quedaba más remedio. El cabeza de familia, soltó una grave carcajada y sacó su teléfono móvil. Después de una breve conversación telefónica, se dirigió a su mujer y le preguntó algo en checo, espero la respuesta y acto seguido se dirigió a nosotros para comunicarnos que acababa de reservarnos una habitación en un hotel del pueblo y que nos iban a acercar hasta allí en coche. En ese momento, estuve punto de darle un fraternal abrazo pero me reprimí y exclamé un exacerbado Thank you very much.
Durante el trayecto, intercambiamos algunas palabras con aquel tipo. Al parecer, sus hijos estaban aprendiendo español, así que comenzamos a charlar con ellos en castellano. La situación comenzaba a ser un tanto irreal. Después de haber pasado las de Caín en un punto alejado 2000 kilómetros de mi ciudad, topaba con una familia con la que podía expresarme en mi lengua materna. Era sólo el principio.
El coche se detuvo en mitad del vergel del Edén. Un cinturón de montañas rodeaba un pequeño valle repleto de frondosos árboles con un hermoso lago en el centro. Los últimos rayos de sol producían tonalidades doradas sobre el agua tranquila y la niebla se deslizaba por la ladera de las montañas como si se tratase de un alud de algodón. Comencé a preguntarme si estaba en la tierra o en la película del Señor de los Anillos.
Nos bajamos del coche y el padre pidió a su hijo que nos acompañara hasta el hotel. Se trataba de una edificación de madera levantada a menos de 50 metros del lago. ¿Se podía pedir algo más? Sí, que el hotel nos saliese por quince euros. Ni la mejor de las planificaciones nos hubiera ofrecido ese final tan mágico. Todo había salido a pedir de boca.
Tras reservar la habitación, nos despedimos de la amable familia dándole un millón y medio de gracias. Nuestro nuevo destino se llamaba Dedinky, un pequeño pueblo de montaña que en invierno se convierte en ajetreada estación de esquí. En verano, es uno de los destinos preferidos por los turistas checos amantes de las vacaciones a buen precio.
Mientras observaba la puesta de sol dando sentado en un banco, comencé a repasar todas las sensaciones que había experimentado en el mismo día. Había pasado de la emoción a la desesperación y de la frustración al regocijo en apenas unas horas. Pasé de estar perdido en mitad de la montaña eslovaca a relajarme contemplando uno de los paisajes más hermosos que he visto en mi vida, y con la seguridad de dormir en un precioso hotel. Viajar es la mejor experiencia del mundo.
Lo único que quedaba por hacer era darse un chapuzón en el lago. Corrí a la habitación para embutirme en el bañador y bajé a toda velocidad. Me tiré al lago como si nunca hubiese visto tanto volumen de agua junto y me quedé allí flotando como un tronco hasta que el sol desapareció. Con los brazos extendidos en forma de cruz contemplé el mismo cielo que he visto cientos de veces pero en aquella ocasión me pareció excepcionalmente bello.
No había conseguido llegar hasta la cueva glacial de Dobšinská pero había encontrado el paraíso. Eso era un motivo de celebración. Después de lo que habíamos dejado atrás, nos quedamos tomando cervezas hasta que nuestros párpados comenzaron a cerrarse del cansancio acumulado. Había que retomar fuerzas para la excursión a la montaña que habíamos planeado para el día siguiente, pero eso ya lo contaré otro día.
David Nogales