La Purificadora es el nombre comercial que eligieron el chef Enrique Olvera, del restaurante Pujol en Ciudad de México, y los arquitectos Legorreta y Legorreta, de la misma ciudad, para su proyecto en Puebla, una ciudad mundialmente conocida por su gastronomía y arquitectura barroca.
El edificio, nacido en el año 1800, como una fábrica de hielo, ha pasado a albergar uno de los hoteles más reconocidos de México. Un espacio lleno de firmas de autor de calidad, como la piscina, de 30 metros en la azotea, diseñada por la artista Laureana Toledo.
De todos modos, las ansias creativas de todos los implicados, se han visto contenidas por la necesidad de no quebrar la claridad y transparencia de la construcción. Esa transparencia está presente tanto en las plantas superiores, como en los Vitro blocks que permiten la libre circulación de la luz de unas estancias a otras.
El diseño de los interiores sigue la tradición de piedra marcada por el nacimiento del edificio, de los que se han conservado muchos de los muros y las robustas columnas. El aderezo viene con blancos y negros de las piedras del recinto volcánico o del ónix utilizado para cubrir regaderas. El toco de color, sin excesos, lo encontramos en detalles como un tragaluz morado. Aspecto este muy típico de la firma Legorreta.
En la cocina, el maestro Olvera, reconocido por sus inspiradas y sorprendentes recreaciones de los platillos tradicionales mexicanos, no ha dejado de lado su creatividad, para configurar un menú acorde con la claridad de La Purificadora.
Platos dominados por flores de calabaza, frutas y el pápalo, pero con lugar para la variedad de comida regional de Puebla y Cholula. Una decisión acertada y absolutamente acorde con el objetivo del proyecto. Engarzar, en un edificio, la tradición de la comarca con el sello de la creatividad.