Jugando al Arqueologicnova en Atenas

13 enero, 2010

partenon

Supongo que cuando en 1922 el egiptólogo Howard Carter dio con el sepulcro del faraón Tutankamón tuvo que experimentar una sensación próxima al éxtasis. Después de años de esfuerzo y gracias a su tenacidad, el pertinaz egiptólogo consiguió dar con uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del siglo XX. Siempre he querido experimentar algo similar a lo que sintió Carter aunque no he destinado a esta empresa ni una milésima parte del empeño que dedicó el arqueólogo británico. A pesar de los pesares, conseguí realizar este sueño infantil en la Acrópolis de Atenas.

Estaba profundamente emocionado con este viaje a la cuna de la civilización occidental, cruzar el umbral de los Propileos  y pasear por el recinto sagrado de la vieja civilización ateniense. Un lugar apropiado para poner a prueba los conocimientos que me había proporcionado la asignatura de Historia de Arte de Bachillerato y convencerme de la importancia de estas materias en la educación secundaria.

Todo empezaba con buen pie. Al llegar a la entrada del recinto, un viejo carnet de biblioteca me sirvió para entrar completamente gratis. Argumenté que se trataba de un flamante carnet universitario que me convertía en estudiante con pase gratuito. Supongo que el guarda de la entrada conocía con detalle el alfa y el omega del abecedario griego pero encontraba dificultades para hacerse con el latino.

En cualquier caso, estaba a punto de contemplar con mis propios ojos la fastuosidad del Partenón, la elegancia del Erecteion y el simbolismo del Templo de Atenea Niké. Siglos de historia que dan sentido a nuestra cultura estaban a punto de revelarse ante mis ojos.

cariatides

Ascendí a paso ligero por la escarpada pendiente que desembocaba en la Acrópolis y me encontré con una gran decepción: aquello parecía el escenario de una cruenta batalla de artillería. Restos de columnas se esparcían por el suelo y un esqueleto metálico cubría el Partenón. Además, las célebres Cariátides que presiden la tribuna del Erecteion habían sido sustituidas por unas réplicas para una eventual restauración. ¡Qué chasco!

¿Qué me esperaba? Después de 2500 años no es lógico encontrar una ciudad perfecta sino los restos del esplendor de sus años dorados. Con esta reflexión, recorrí los caminos que rodean a los templos tratando de imaginar cómo eran en el siglo de Pericles. Puse a prueba mi bagaje cultural de la historia griega y me sentí satisfecho: podría haberme llevado un quesito en una partida de Trivial.

Con un sol justiciero recalentando mis pensamientos, decidí buscar un lugar a la sombra donde poder descansar unos minutos. Siguiendo un estrecho camino topé con el Templo de Zeus, una réplica en miniatura y mejor conservada del monumental Partenón. Caminé unos cien metros encontrando un lugar idóneo para sentarme, un fragmento de columna olvidada bajo un frondoso árbol. Allí vegeté contemplando el modesto templo mientras dibujaba círculos en el suelo con una vara.

En un momento dado noté que la vara se atascaba en el surco que había formado, miré al suelo y vi que sobresalía un pico de color marrón. Despejé con las manos la tierra que lo rodeaba y me quedé sorprendido al comprobar que se trataba de una pieza de barro. Aquí hay tajada, pensé. Comencé a desenterrar el fragmento y descubrí con emoción que se trataba del borde un pequeño ánfora. Cuando conseguí sacar del suelo el resto del objeto pude comprobar que estaba decorado con cenefas negras. ¡Qué hallazgo!

templodezeus

Con la cara del que entiende de estas cosas, limpié la vasija del barro que la rodeaba y la estuve observando un buen rato mientras me regocijaba por haber jugado a ser arqueólogo durante unos minutos. Pensé en las manos que modelaron la pieza y en los posibles usos que tuvo aquel inservible recipiente. Me sentí orgulloso por haber visto cumplido un viejo sueño infantil.

Con una sonrisa en mis labios, volví a depositar el ánfora en el lugar donde lo encontré y tiré algunas fotos con los fragmentos. De camino al hotel, la sensatez me recordó que aquel descubrimiento no tenía mérito alguno, ya que la arena que cubre la Acrópolis está repleta de ánforas y objetos como el que yo había hallado, aun así, preferí hacer caso omiso y continuar disfrutando de la sensación pueril que me decía que había encontrado algo grande.

David Nogales