En su Carnaval de Negros y Blancos, los pastusos entregan al mundo una preciada joya cultural que a pesar de los cambios culturales globales, aquí las tradiciones se respetan sin importar el color. En Pasto se prohíbe la tristeza.
Más de veinte comparsas, incontables bailes, disfraces y carrozas confluyeron en el despunte de este 2010, con la gran responsabilidad de mantener viva una manifestación cultural reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Durante este año, en el desfile se hizo un homenaje al Bicentenario de la Independencia mediante manifestaciones teatrales que mostraron el rechazo a Simón Bolívar cuando llegó a esta zona, la evangelización católica y el gusto por las costumbres españolas que respetaban las tradiciones indígenas.
Unos 300.000 visitantes recibe la ciudad de Pasto en esta época, en la que pobladores de todas las clases sociales, religiones y creencias se mezclan con un solo propósito: disfrutar recordando las costumbres que forjaron la idiosincrasia pastusa, en la cual música, danza, pintura y vestuarios se vuelven los grandes protagonistas.
El 5 de enero es para celebrar el Día de Negros, que con un juego de abrazos y pintura en la cara hace manifiesto el afecto de unos hacia otros. La rumba empieza en las diferentes partes de la ciudad y llega hasta la Plaza del Carnaval, donde la unión en medio de una animada fiesta se hace realidad.
En el desfile de Blancos las calles se llenan de majestuosas carrozas que llevan inmensas esculturas de papel, en cuyo alrededor bailan los fiesteros con los acordes de las murgas.
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