Las iglesias suelen convertirse, de manera habitual, en uno de los puntos de visita en nuestros viajes, especialmente en las ciudades europeas. El hecho de que la Iglesia ostentara una buena parte del poder económico y político de la vida europea durante mucho tiempo, las convirtió en depositarias de buena parte de los tesoros de una ciudad.
Frescos espectaculares, construcciones importantes en buena parte de las plazas, cuadros y piezas de metales preciosos, son atractivos más que suficientes para reclamar parte de la atención de los turistas.
Si hay un lugar en Europa que destaca en el número y belleza de sus iglesias es, sin ningún margen de duda, Roma. La capital italiana, además de albergar en su interior el estado vaticano, tiene sus calles y plazas sembradas de cientos de iglesias, cada una de ellas con un atractivo e interés particular, a pesar de que nazcan dentro de la misma lógica.
Así nos encontramos, entre las más destacadas, las de Sant’Andrea en el Quirinal, considerada la obra cumbre de Bernini, la Basílica Aemilia, situada en el foro romano, la Basílica Julia, construída por orden expresa de Julio Cesar, la Basílica Ulpia, de la época del emperador Trajano, la Basílica de Constantino y Majencio, que data del año 312 después de Cristo, la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, la iglesia de Santa María de la Concezione dei Cappuccini, la de San Pietro in Vincoli, que alberga una de las mejores obras de Miguel Ángel. Y todo esto citando sólo una pequeña porción del total. Espectaculares.