El templete mudejar del claustro puede que sea lo más retratado de este peculiar monasterio extremeño. Irremediablemente unido al Santuario con el mismo nombre, el Real Monasterio de Guadalupe es uno de los ejemplos más conseguidos de la mezcla de estilos arquitectónicos que se sucedieron entre los siglos XIII al XVIII. Y como reconocimiento fue designado Patrimonio de la Humanidad en 1993.
El protagonismo histórico del peculiar monasterio se remonta a tiempos de Isabel la Católica. Hasta allí se desplazó, al igual que Cristóbal Colón, en varias ocasiones, dicen las escrituras, extasiada por el lugar y por una inmensa devoción a la vírgen que fue hallada en el actual santuario, y escondida durante la invasión musulmana en el río Guadalupe (río ‘escondido’, de ahí la acepción).
Si nos adentramos en el recinto, el claustro de los Milagros, de principios del XIV sorprende por su refinado estilo mudéjar, de planta rectangular con arcos de herradura. El exquisito cuidado que imprimieron los monjes jerónimos, confirió a la edificación de un original trazado irregular, influenciado por sucesivas ampliaciones, donde abunda el ladrillo y la mampostería.
A semejanza de una fortaleza, encaramado en lo alto de un cerro, en el citado claustro se ubica una de las colecciones de libros miniados más importantes y valiosas de todo el mundo, con incunables de gran valor. Otra de las joyas, son sus pinturas. Obras de Luca Giordano y de Zurbarán cuelgan en las parades del camarín de la vírgen. Sin olvidar otras afamadas pinturas de Goya, Juan de Flandes, Pedro de Mena y el Greco, entre otros.
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