Viajar al pasado es posible paseando por las ruinas romanas de Palmira, andar entre columnas que te dejan impresionada y descubrir los templos, te sientes en la época del imperio romano sin darte cuenta. Una ciudad situada en el desierto sirio, entre la capital, Damasco, y el bíblico río Eúfrates, junto a un oasis y una moderna ciudad de Tadmor.
Palmira es conocida desde el siglo XIX a.C., por su situación era lugar para hacer escala las caravanas que recorrían la Ruta de la Seda.
Fue ciudad-estado en su apogeo durante el tercer siglo de nuestra era y que en esa época la reina Zenobia (la Cleopatra de Siria) consiguió incluso hacer frente a Roma, fue ella la que mandó levantar edificios y estatuas (cuentan que más de 200). Consiguió hacer una Palmira tan rica y avanzada que tenía su propia lengua y su propio arte, el palmirino, que tuvo en la piedra caliza y dorada de las montañas que rodean la ciudad su materia principal.
Las reliquias de la Palmira romana constituyen uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo y el hecho de haberse quedado enterradas bajo cuatro metros de arena en mitad del desierto ha permitido que llegara a nosotros en un excelente estado de conservación.
Palmira es hoy meca de viajeros, después de que los arqueólogos la rescataran del olvido a comienzos de este siglo, cuando ya sólo unos pocos beduinos buscaban refugio en sus milenarias piedras, es ese arte el que reclama la atención del viajero.
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