Con el libro Un mundo sin fin en la mano hay que llegar a Vitoria e imaginarse que uno está en Kingsbridge, la ciudad en la que Ken Follet ambientó la primera parte de esta novela, la exitosa Los Pilares de la Tierra. Una vez en la capital vasca hay que entrar en la catedral de Santa María porque la historia continúa, doscientos años después, en este mismo escenario.
Afortunadamente, ya se acabaron los tiempos de la peste negra… Por el gran templo fortaleza por el que entonces se movían la reformista Caris, el prior Godwyn, Gwenda o sir Gerald hoy circulan arqueólogos y restauradores que intentan desentrañar los secretos que se esconden tras los muros de este viejo templo gótico.
En ningún lugar del mundo había visto Follet nada semejante a lo que contempló la primera vez en el interior de esta catedral “abierta por obras”. Es la misma impresión que causa a cualquier visitante cuando le entregan el casco de obrero y le animan a dejar el vértigo al lado y a subirse a los andamios que se despliegan por la nave gótica, mientras se contemplan los trabajos de restauración de un edificio que sufre graves problemas estructurales y a los que se intenta poner freno desde hace años.
No hay manera más original de visitar una catedral en plena obra de restauración, que ha servido de ejemplo a otros templos, como la Catedral de León o la iglesia de San Pablo de Valladolid. A cierta altura hoy es fácil acercarse a los detalles en los que nunca nadie hubiera reparado y ahora están más a la vista: los arcos, los enterramientos de la cripta, las grietas abiertas en sus muros o la deformación de sus pilares.
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