El viaje a Ganvié es corto, pero tiene algo de irreal, como pensar en lo que uno va a encontrar: una ciudad construida sobre palafitos en medio del lago. Todo resulta extraño, sorprendente. Estamos en el lago Nokué, en el sur de Benín, un país pequeño y estrecho que aparece encajado entre Togo y Nigeria.
Pero aquí, en el lago, parecen muy lejanos los ruidos y los agobios de Cotonú. El Nokué tiene una 26.000 hectáreas de extensión, y dentro de sus aguas viven casi 40.000 personas en distintos poblados, de los cuales Ganvié es el más conocido.
A principios del siglo XVIII los reyes de Abomey y de Allada, de la etnia fon, habían encontrado una fuente de ingresos en el tráfico de esclavos y recorrían la zona en busca de pueblos sin protección. Los tofinu eran uno de ellos y encontraron la salvación adentrándose en el lago porque, por cuestiones religiosas, los fon no podían adentrarse en las aguas. Por eso Ganvié significa, “Comunidad Salvada”.
Tres siglos después, todos los días se organiza un mercado flotante en el que se compra y se vende de todo de piragua a piragua y los niños van en lancha al colegio. Los pocos alojamientos que existen ofrecen una piragua para que los clientes puedan salir de la casa.
El desarrollo anárquico de Cotonú y de Abomey-Calavi ha hecho que estas ciudades crezcan hasta el borde mismo del lago, contaminando las aguas. Se cree que el aumento de los akaya, los recintos en el lago dedicados a la piscicultura, impiden la circulación del río Uemé hacia el océano. Ganvié, que siempre ha sido un ejemplo de supervivencia, se enfrenta a un nuevo reto.