Brindisi, sur de Italia. Habíamos viajado hasta el tacón de la bota italiana para embarcar en un ferry que nos llevase hasta la isla de Patras en Grecia. Allí conocimos a un grupo de españoles que tenían por compañera a la mala suerte, aun así el optimismo les hizo continuar un viaje que debían haber abandonado hacía días.
Habían puesto en marcha el plan que todos hemos pensado alguna vez: alquilar una camioneta y recorrer Europa por carretera. Un plan perfecto. Desde Madrid, se pusieron en contacto con un particular catalán que vendía una vieja camioneta. Los chicos negociaron con él y consiguieron que les alquilase el vehículo por 60 euros al día. Habían alquilado el troncomovil de los Picapiedra.
Los primeros kilómetros debieron ser emocionantes, la planificación de meses había concluido mientras cruzaban los pirineos. La próxima estación era París, la cuidad del amor, la Torre Eiffel y los guardias de tráfico empuñando crueles libretas. Fueron sus momentos más felices.
Su calvario comenzó en una endiablada carretera suiza, una acusada pendiente que hizo que la camioneta circulara más rápido de lo que lo había hecho nunca. La adrenalina recorría los vasos sanguíneos de los jóvenes Madrileños mientras la camioneta sufría lo que no está escrito. Pasó lo que tenía que pasar, el troncomovil reventó y lo primero que se vino abajo fueron los frenos.
El conductor se percató del falló mecánico cuando la necesidad de frenar era imperiosa. Lógicamente, al pisar el freno no ocurrió nada, bueno sí, cuando el conductor comprobó que los frenos no iban y que el camión circulaba sin control gritó al resto de la compañía su dramática situación: chicos, se han averiado los frenos, nos la vamos a dar. Cundió el pánico.
Por suerte, se sabían de memoria el manual de conducción que les enseñaron en la autoescuela y emplearon el freno motor para tratar de detener el troncomovil. Habían conseguido reducir considerablemente la velocidad cuando el trasto con ruedas se la volvió a jugar. Esta vez había dejado de funcionar la dirección. Mientras el conductor se arrancaba con desesperación el cuero cabelludo, la camioneta se dirigía sin control hacia un bosque repleto de árboles. Por suerte el vehículo se detuvo antes de colisionar con la arboleda.
Con el corazón bombeando a ritmo de rumba se bajaron de la camioneta para analizar la situación. Se habían quedado sin frenos, sin dirección y la mala suerte amenazaba con dar más sorpresas. Aun así no había nada que estropeara las vacaciones de estos muchachos. Todos ellos se ganaban el pan trabajando como mecánicos de rally. MacGyver a su lado era un chaval jugando con el mecano.
Con pocos recursos se sacaron un ingenio basado en una pequeña bomba de plástico que hizo funcionar rudimentariamente el sistema de frenos, en cuanto a la dirección, consiguieron que funcionase a golpe de llave inglesa.
En este punto se plantearon regresar a España pero necesitaban vacaciones y decidieron seguir con el periplo. Visitaron Roma y bajaron hasta Brindisi para tomar el mismo ferry que queríamos coger nosotros. Para aprovechar el tiempo, aparcaron el troncomovil cerca de la playa y se fueron a dar un chapuzón.
De pronto escucharon unos gritos y vieron como un hombre salía corriendo desde el interior del troncomovil perseguido por un gendarme italiano. Un caco les acababa de desplumar. Había forzado la puerta de la furgoneta y se había llevado todo lo que tenía valor: dinero, cámaras de fotos, cámaras de vídeo. El grupo de madrileños no podía creer su mala suerte.
Después de todo lo que habían pasado para llegar hasta allí, tuvieron problemas para subir la furgoneta al interior del ferry aunque finalmente embarcaron. Nosotros los conocimos dentro del barco de camino a Patras. Nos contaron su historia mientras ahogaban sus penas en una botella de buen ron que habían traído del mismísimo santo Domingo. Lo curioso es que a pesar de lo que habían pasado sus ánimos estaban intactos.
Hasta ahí puedo leer, como diría Mayra Gómez Kemp. Al llegar a Grecia cada uno tiró por su lado y no volví a saber nada de ellos, aunque estoy convencido que las desavenencias les acompañaron a los largo de su camino.