La arquitectura es una fuente inagotable de sorpresas en todo el mundo. Desde hace ya tiempo, arquitectos e ingenieros no han limitado su trabajo e imaginación a la construcción de espacios funcionales. Al menos, no lo han centrado sólo en ese campo, cada vez más nos encontramos con edificio que buscan dejar huella, convertirse en símbolos o dejar constancia de la propia personalidad de su creador.
También hay edificios, por otra parte, que pretenden ser un elemento más del conjunto del que forman parte, ya sea integrándose en un entorno mayor, como esas construcciones que buscan insertarse en un espacio de un modo no intrusito, como los hay que buscan ser ellos mismos el primer elemento reconocible de lo que guardan en su interior. El mejor ejemplo de este segundo grupo sería el edificio del museo Guggenheim de Bilbao.
A menor escala, pero una intención que recogería ambos planteamientos, nació el museo Waterflux, en la localidad suiza de Evone. Sus arquitectos han creado un edifico con forma de alien en forma de madera maciza con unas grandes oquedades en su fachada, con forma de perforaciones en un bloque de hielo, intentando dar la sensación de integración en su entorno.
Este edificio es un museo de arte y pretende ser él mismo el primer punto de impacto en el visitante, esa primera confrontación que busca crear un ambiente apertura mental en los viajeros que se atrevan a cruzar sus extrañas puertas para, una vez dentro, encontrar esquinas sorprendentes y llenas de magia.