El castillo-monasterio de Escornalbou reina, e impresiona a todo el visitante que pasee por la colina de Santa Bárbara, en Tarragona.Torres, miradores y su iglesia de Sant Miquel forman un conjunto en piedra rojiza que domina el campo tarraconense.
La historia cuenta cómo por entre los muros del castillo-monasterio pasaron franciscanos, misioneros destinados a recorrer América y hasta el vicecónsul de Inglaterra en Tarragona, que adquirió la propiedad con el objetivo de explotar las cercanas minas de barita.
Escornalbou, como todo aquello por quien el tiempo ha dejado su huella centenaria, también ha vivido malos momentos. Durante las guerras carlistas los liberales volaron parte de su iglesia; fue convertido en corral y se instaló en él una fábrica de moneda falsa. Incidentes, todos ellos, que fueron rebajando el esplendor del vigía del campo de Tarragona.
Tuvo que llegar el año 1911 para que Eduard Toda, amigo de Gaudí y diplomático por tierras exóticas, adquiriese la propiedad y le devolviese parte de su antiguo brillo. Convirtió la antigua sala capitular románica en capilla, colocó el claustro a modo de mirador y eliminó el campanario y dos capillas laterales de la iglesia.
A cambio dejó para la curiosidad de los visitantes la vivienda salida de tal reestructuración, en la que curiosear a través de sus dependencias, muebles originales y parte de su magnífica biblioteca, que dibujan el ambiente de una casa señorial de principios del siglo pasado. Del antiguo complejo de Escornalbou han quedado apenas partes de la sala capitular y el claustro con arcos de medio punto.