Edimburgo, cementerios y leyendas

16 septiembre, 2009

tumba siniestra

Edimburgo, Escocia. Si un simple paseo nocturno por la ciudad ya abre las puertas de la imaginación a todo tipo de macabras fantasías, los cementerios de Edimburgo se convierten en el escenario perfecto para cualquier adaptación cinematográfica de una novela de Stephen King. Viejas lápidas erosionadas por la humedad, diseminadas por una verde moqueta de hierba con un fondo decorado con las esqueléticas ramas de árboles desnudos. Además, los cementerios no están poblados por los tiernos gorriones que acostumbramos a ver, están habitados por cuervos.

Cerca de Carlton Hill se encuentra un viejo cementerio del siglo XVIII donde fueron enterrados célebres personajes del momento. Comencé a pasear por los sepulcros sin perderme un solo detalle sobre fechas, nombres y epitafios. Me paré frente a un viejo mausoleo descuidado. Allí descansaban los restos de David Hume, filósofo ilustrado escéptico para unos, naturalista para otros. Frente a este sepulcro, se levantaba otro en honor a los escoceses que lucharon en la guerra de la independencia de Estados Unidos.

Estoy seguro de que lo que verdaderamente queréis que deje de hablar de filósofos y guerras, y os cuente los secretos más macabros de este paraje. Sois unos morbosos. En fin, en lo alto de este cementerio se encuentra una antigua prisión, un lugar en el que se celebraban los ahorcamientos públicos de los condenados, una actividad con larga tradición en Edimburgo.

cementerio

Además de los ahorcados, ese pequeño cementerio es el lugar idóneo para recrear las retorcidas actividades de los body snatchers, ladrones de cuerpos del siglo XIX. La medicina de la época solicitaba cuerpos de cadáveres para la investigación, y ya se sabe, donde hay demanda, hay negocio. Los más conocidos traficantes de cadáveres fueron William Hare y William Burke, dos irlandeses que comenzaron a hacer dinero profanando tumbas de difuntos para vendérselas al doctor Knox de la facultad de Medicina de Edimburgo.

Llegó un momento en el que se cansaron de desenterrar muertos y decidieron crearlos. Desde ese momento, al menos 15 personas fueron asesinadas a manos de Hare y Burke, la mayor parte de ellos mendigos de la ciudad. Esta sinistra labor terminó cuando Hare delató a su socio Burke, que fue condenado a morir en la horca y su cuerpo fue donado a la Facultad de Medicina. Hare, murió pocos años después de pasar sus últimos años como vagabundo por las calles de Edimburgo.

Por la noche acudí a otro cementerio siguiendo el camino Water of Leith. La sensación de ser protagonista de una película de terror no se me quitó durante el trayecto. Al llegar, el silencio de las lápidas inundaba todo el paraje. Mi corazón estuvo a punto de salir disparado por la boca cuando entre un enjambre de ramas desnudas me pareció ver el rostro fantasmagórico de una dama. Efectivamente había una fría dama vestida de blanco en aquel lugar pero formaba parte de un fastuoso mausoleo de piedra. Las historias sobre zombies y muertos vivientes no tardaron mucho tiempo en salir, el tiempo justo como para querer huir de aquel lugar y refugiarme en un saludable Pub con una pinta de cerveza en la mano.

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Sin duda, el cementerio más siniestro de Edimburgo es el de Greyfriars. Un cementerio del siglo VII con un pasado oscuro que se arrastra hasta el presente. Antes de ser cementerio fue una prisión donde murieron cientos de condenados. Se cuenta que es posible escuchar por la noche los lamentos de los fantasmas de esos pobres prisioneros. Además, en los últimos años algunas personas han denunciado haber sufrido ataques de poltergeist en ese cementerio.

Pero no todo son leyendas sobre fantasmas. En este mismo cementerio un monumento mantiene vivo el recuerdo del perro Bobby. Cuando su amo, John Gray, murió de tuberculosis, Bobby acudió a su entierro y allí se quedó durante 14 años, velando el cuerpo de su amo. Eso es fidelidad.

David Nogales