Ante la duda, la embajada ayuda

21 agosto, 2009

Budapest

Budapest, Hungría. 9:30 AM. Después de una noche de horror en la estación de Bratislava y de un breve viaje de unas tres horas, habíamos llegado a la capital de Hungría. En el andén nos esperaban nuestros compañeros de viaje, Albert y Susana, una pareja de Barcelona que conocimos en nuestra primera visita a Turquía, con los hemos compartido más de una escapada.

Por culpa de la noche infame que había pasado en Eslovaquia, con un ojo abierto y el otro intermitente, mi cuerpo había involucionado hacia un estado de irascibilidad extrema. No había un solo detalle que me hiciera sentir bien, al contrario, todo lo que veía me daba mil patadas e iba acompañado de un oportuno ladrido a media voz.

Tras el reencuentro y la actualización de datos vitales, Albert y Susana nos contaron que habían perdido su cámara de fotos en el tren y querían denunciarlo en la comisaría de la estación. En mi estado de onírico coraje, me arrastré hasta el interior de las dependencias policiales y me senté junto a Henar en un par de asientos próximos a la entrada.

Salió a atendernos una especie de eunuco rechoncho que con un finísimo hilo de voz, nos dijo que estaban muy ocupados y tardarían un rato en redactar la denuncia. Unos minutos más tarde nos dimos cuenta de que el eunuco rechoncho era en realidad el perrito faldero del comisario, más grueso y desagradable, que al no tener nociones básicas de inglés, necesitaba los servicios de un traductor afeminado.

Mi mente perruna tarareaba la canción de Sabina, y nos dieron las diez cuando el comisario hizo llamar a nuestros compañeros. Sentado a la izquierda había un japonés con la mirada perdida y los ojos encharcados que se balanceaba nervioso. Como no era demasiado dueño de mis actos, le pregunté si se encontraba bien y tartamudeando palabras sueltas me dijo que le habían robado el equipaje, el dinero, la cámara de fotos, la de video y el pasaporte. Algún caco había hecho el agosto con aquel pobre japonés. El chico llevaba dos horas tratando de gestionar la denuncia.

buda

Después de media hora. Aparecieron nuestros compañeros con cara de no entender. El comisario grueso y el eunuco habían tomado sus datos pero no se había avanzado en la redacción de la denuncia. Esperamos otro cuarto de hora.

El broche final lo puso el comisario gordo, que al vernos, vociferó algo en húngaro, gesticulando como solo un comisario gordo puede hacer. Rápidamente, el eunuco tradujo los gruñidos. Al señor comisario le estorbaban las cinco personas que había en la comisaría, y Henar y yo fuimos nominados. Las sutiles palabras del eunuco fueron: hay mucha gente aquí, iros a tomar un café.

Mientras nos levantábamos, mi irascibilidad subió un nivel, y dos más, a lo largo de la media hora que estuvimos esperando en la puerta de la comisaría.

No hay palabras para describir mi estado, cuando Albert y Susana salieron diciendo que no les dejaban poner la denuncia porque, al parecer, estaban muy ocupados. Popeye después de haber comido espinacas era un niño con pataleta en comparación con la furia desatada que experimenté.

tranvía

Ladrando a gritos me dirigí a una cabina telefónica, saqué el cuaderno de notas del viaje y llamé a la embajada de España en Budapest. Paradójicamente, me atendieron en inglés. Les conté lo que nos había pasado y cómo nos habían tratado en la comisaría de la estación. El intermediario de la embajada me dijo exactamente lo que quería oír: no se preocupe, vaya a la comisaría, le van a gestionar la denuncia inmediatamente; voy a llamar personalmente al comisario.

Al llegar a la comisaría, el eunuco preguntó si éramos nosotros los que habíamos llamado a la embajada. Al decir que sí, abrió la puerta y nos ofreció asiento empleando una musicalidad condescendiente en cada palabra. El comisario gordo nos sonrío, derrochando cordialidad, y dijo algo en húngaro empleando la misma musicalidad que el eunuco rechoncho. El eunuco tradujo: dice que no hacía falta llamar a la embajada, ya estábamos gestionando la denuncia. Después nos ofreció café. Aproveché la ocasión para mentar a la madre del comisario en un nítido castellano mientras disimulaba la acidez de mis palabras con una sonrisa. Eunuco y amo, rieron inocentemente.

Cinco minutos más tarde salíamos de aquella comisaría con un café en el estómago y una denuncia en una hoja de papel, y es que en caso de duda, la embajada ayuda.

David Nogales