Contemplar el Palacio Real de Aranjuez es toda una belleza. Este inmenso edificio responde a la inquietud, en un primer momento de la Casa de los Austrias por contar con un palacio representativo del poder y dominio de la monarquía española. Comenzado por Felipe II, fue con los Borbones, Felipe V, Fernando VI y Carlos III, cuando adquirió su máximo esplendor.
Si echamos un somero vistazo al recinto, es indudable que las magnitudes asombran. En su interior, destaca un magnífico patio de armas, respuesta a la ampliación llevada a cabo por el arquitecto Sabatini, que impulsó la construcción de la capilla con frescos de Bayeu, y un amplio salón de baile.
Presidiendo los jardines del Príncipe, del que ya hemos hablado en una anterior entrega, el palacio sorprende también si visitamos sus estancias interiores. El Salón del Trono y especialmente, el Gabinete de Porcelana, son dos de sus maravillas. En este último, obra del arquitecto italiano Giuseppe Gricci, la combinación de estilos rococó y chinesco, junto a la profusión de ornamentos de porcelana, la convierten en una de las habitaciones más espectaculares de todo el palacio.
La escalera de estilo imperial y la balaustrada rococó conducen hasta las dependencias superiores, donde destacan el dormitorio de la reina o el oratorio, cubierto con aportaciones de importantes artistas de la época, como Amiconi, Giordano y el nombrado Bayeu.
Curiosamente, Farinelli, el famoso cantante castrado de ópera, fue uno de los encargados de deleitar a la corte española con los más diversos espectáculos, y de ordenar la decoración del palacio en muchos de sus aposentos.
Vía | Palacio de Aranjuez