Saliendo de Cusco, en dirección a la provincia de Urubamba, en Perú, el paisaje adquiere una sorprendente tonalidad grisácea, casi blanca. Bajando por un camino pedregoso, en forma de escalera, nos topamos de frente con un maravilloso paisaje. Son las salineras de Maras, más de 4.000 pozos llenos de agua que condensada, se transforma en sal. El sustento primordial para los pobladores que habitan en esta zona situada en el valle sagrado de los incas.
La montaña de Qaqawiñay acoge en una de sus laderas, en pendiente, a las salineras que se disponen formando un puzzle geométrico infinito en donde cada día y durante todo el año, trabajan una buena parte de los habitantes de Maras, un poblado situado a unos 40 kilómetros de Cusco. Es para los comuneros, su principal medio de vida y como tal, lograron impedir que años atrás se privatizaran.
Para llegar hasta allí las vistas que se divisan son increíbles: cordilleras con picos de más de cinco mil metros de altura, y valles casi escondidos en la inmensidad de la naturaleza, son experiencias inolvidables para cualquiera. Una vez logrado el objetivo, las salineras, ofrecen una perspectiva diferente casi mágica.
Al parecer, estas minas de sal (que en la época de los colonizadores se utilizaba principalmente para separar el oro de las impurezas), se han formado gracias al agua que emana de la cuenca subterránea de la montaña, en época de sequía. Desde el siglo XIII, los maras transportan la sal que luego será envasada para su comercialización, desde las salinas hasta el pueblo situado kilómetros más abajo, no sin difiultades debido a la orografía del terreno.
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