Hay una zona de Madrid que no puede faltar en ninguna guía turística que se precie. No es un monumento, no es un museo, es un lugar hecho para la compra y venta, pero sobre todo para ver y dejarse ver. La fauna humana más sorprendente se conoce en el Rastro de Madrid.
Tres grandes avenidas, la calle Embajadores, la calle Toledo y la ronda de Toledo, conforman un perímetro urbano muy característico que confluyen en la arteria principal, la ribera de curtidores, un foco de atracción para centenares de turistas y paseantes. A lo largo del periplo, se suceden todo tipo de tiendas y puestos ambulantes. Se trata del Rastro madrileño, lugar en el que se intercambia casi todo…
En plazas tan famosas como la del Cascorro o la conocida como ‘calle de los pintores’, proliferan los objetos más insospechados: artesanía, muebles antiguos, revistas y periódicos de épocas ya pasadas, cuadros, ropa, sellos, postales, incluso caretas antigas…
Nada o casi nada es imposible de encontrar en el Rastro, llamado así porque en esta zona se hallaba el Matadero de la ciudad y por el rastro de sangre que dejaban, y las ‘tenerías’ donde se curtía la piel de los animales sacrificados. Hoy en día, el lugar ofrece un tipismo castizo muy especial, llegándose a reunir, los domingos, una marea humana de personas en busca del objeto más curioso y singular.
El Rastro madrileño también es lugar de encuentro de parejas, amigos y familiares que aprovechan la mañana de compras para tomarse algún aperitivo en los bares y restaurantes que se ubican en sus alrededores, cerca de la Plaza Mayor, a menos de 500 metros. Y aunque el domingo es el día más visitado, les recomiendo que acudan durante la semana, y visiten las tiendas de segunda mano que están abiertas. Así enfrentaremos mejor la crisis…